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La corrupción, ese viejo negocio, como leit motiv de 'Los asesinos de la luna'

Scorsese recrea los asesinatos cometidos sobre la comunidad Osage en el primer cuarto del siglo XX en una película bien contada, aunque fría y desapasionada

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El estreno de una película de Martin Scorsese en los tiempos que corren hay que entenderlo como un regalo. Da igual que dure tres horas y media o que esté basada en hechos reales, porque sabes que detrás de Los asesinos de la luna está uno de los grandes cineastas del último medio siglo, un narrador absoluto y, sobre todo, un amante del buen cine o del cine en general, de las emociones con que alimenta nuestras vidas desde pequeños.

Y, obviamente, aguardas una obra maestra de un creador que se habrá cuidado de seleccionar con atención un proyecto como éste, que puede encontrarse entre los últimos de su carrera. Por desgracia no lo es, aunque por fortuna sea indudable la mano maestra de alguien que sabe desarrollar una historia a lo largo de más de 200 minutos sin provocar aburrimiento, pero tampoco construyendo algo memorable.

Es cierto que no se limita a contar una crudísima historia con todas sus consecuencias, sino que hay momentos que destilan lirismo -la del incendio en la finca- y autenticidad -la del reencuentro de DiCaprio con su esposa a espacio abierto-, incluido la magistral recreación radiofónica que hace de epílogo, pero no hay apasionamiento, no se forja vínculo emocional alguno entre el espectador y lo que ocurre en la pantalla, a excepción de una actriz magistral, Lily Gladstone, en cuya mirada se traduce la ternura y el dolor de cuanto ocurre a su alrededor.

Scorsese no solo se apoya en Gladstone para dar sentido a su discurso, sino que cuenta con dos actores imprescindibles en su filmografía, Robert de Niro y Leonardo DiCaprio, a los que cede la mayor parte del protagonismo. El primero, un hacendado que ha hecho fortuna a costa de la tribu Osage, aunque haga prevalecer que se limita a defender sus intereses como miembros destacados de la comunidad -sus tierras poseen incalculables y envidiadas fuentes de petróleo que los han convertidos en los más ricos del lugar-; el segundo, su sobrino, un cateto recién llegado de la Gran Guerra y al que consigue casar con una india para que pueda administrar su riqueza y heredarla si se da el caso.

De Niro está contenido, logra transmitir control y miedo a través de un personaje tan siniestro, y DiCaprio va creciendo en intensidad dramática a lo largo del filme. Son ellos los que encarnan el retrato de corrupción, ese viejo negocio, que prevalece en este buen, pero nunca soberbio, filme.

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