Desde el campanario

Que me quiten lo bailao

Pero serpenteando entre todo lo mencionado, siempre estaba la música. En la radio o girando sobre la aguja del mítico picú en constante movimiento, allí estaba

Publicado: 06/04/2025 ·
13:28
· Actualizado: 06/04/2025 · 13:31
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Hace unos días mi amigo Quino me informó sobre el reciente fallecimiento de Roberta Flack. Aquella negra de voz suave como el visón, pero aguda al pellizcarla, que nos sacó a la pista a bailar un millón de veces con su canción Killing me softly with his song. Un delicioso tema del blues contemporáneo que viene a recordarle en la letra a la cantante, los sufrimientos de su vida. Una joyita melódica de esas que abren el cofre de los recuerdos y te tienen durante un buen rato reviviendo la mocedad.

Esta maravilla musical de 1973 te va retrotrayendo en el tiempo como un vertiginoso flash back hasta situarte en la pubertad. Esa edad donde la vida era una nube de color rosa para la chavalería. Años vividos al decreto de la ingeniería mental juvenil, que se organizaba espontáneamente para confluir siempre en lo lúdico y en lo sensual. Desde que amanecía hasta el oscurecer, la maquinaria racional no tenía tiempo más que para especular sobre la manera de divertirte a pierna suelta, y a mí no se me viene a la cabeza otra cosa que no fuera la llamada de la libido, las niñas, la música y los guateques. A otro nivel quedaban los estudios, que de divertidos no tenían nada si excluimos la Educación Física y las horas de recreo. Y todo ello en un contexto social de ordeno y mando que no ayudaba en nada a la procacidad juvenil. Tiempos de una España tabicada, con salida única al emigrante. De una patria siempre observada por el ojo inquisidor de la iglesia. De esquinas rociadas de azufre y gatos negros agoreros del mal fario. De apagones de luz y sombrías telarañas. De mano obligada alzada al cielo. De rombos en el televisor y barrotes para los disconformes. De capotes ensangrentados a las cinco de la tarde, monedas de a dos reales, coñac Soberano es cosa de hombres, inopia intelectual y censura instituida. De censura hay para escribir la biblia. Tanta, que hasta los monaguillos fabricaban tijeras en las sacristías.

Tiempos de encuentros sin cita previa a pie de Varela. De cartuchos de camarones, billar Las Camelias, merengues de Los Milagros y el Grabielo con su boina mugrienta: ¡cagüenlosmuertos de tóestos niños!

Del quiosco Emilio, sultanas de coco, sal a la vecina y Bermejo y su moto / De soldados y marmotas, los cables del chulo y los chicles Bazoka / De la foto del cole con el mapamundi, los bombos del Parque, las cuñas y los cundis / De Kubala, Amancio, Cantinflas y la radio / Del Ripalda, el Quijote, la Calucha y su escote / De Miguel el Careto, moras, algarrobas y el juego del Teto / De cuellos de almidón. la Guzzy, la Derby y Hermanos Picó / De la mesa camilla, la copa y el cisco, pedrá a las tacillas, el Mudo y el Bizco / De Alfonsito el Morla, Pepe Mayé, una palmatoria y también un quinqué / Del plumier de madera, reglazo en los dedos, chinches, piojos y nevera sin hielo / De las camas de tubo, el pan con aceite, el padre Gaona y su mala leche.

Recuerdos agridulces que reaparecen presurosos en la mente al evocar el simple olor de una acerola colorá.

Pero serpenteando entre todo lo mencionado, siempre estaba la música. En la radio o girando sobre la aguja del mítico picú en constante movimiento, allí estaba. Ella era omnipresente. Fue compañera en la soledad de tu cuarto. Diálogo en reuniones pandilleras. Protagonista irreemplazable del guateque en la azotea y antesala del estremecimiento trémulo al contacto de tus manos con unas caderas inexploradas al latido de dos corazones temblorosos.

La canción de Sergio Dalma, Bailar pegados me parece preciosa pero tardía. Para entonces, cualquiera de aquellos jóvenes candorosos, habíamos escrito esa letra mil veces, y la habíamos tatuado en nuestras almas con el buril de la dicha infinita otras mil veces más.

Nosotros somos usufructuarios de aquella prodigiosa evolución musical. Herederos privilegiados de composiciones inolvidables. Aún hoy, sesenta y cinco años después, andan por ahí reventando taquillas, los Rolling, Tom Jones, Santana, Adamo y muchos más. Incluso los Beatles viven todavía gracias a sus audaces grupos imitadores.

Canciones cuyas letras dejaron una marca perpetua en la que quedan labrados los sentimientos vividos y la huella de sus emociones. Sirva de muestra My way, original de Claude François y popularizada por Frank Sinatra, donde un hombre próximo a su fin, declara haber amado, reído y llorado. Justamente como aquellos niños y niñas que, en la alborada de su pubertad, gozaron, quisieron y sufrieron por primera vez.

La vida siguió su curso natural y hoy aquellos chavales y chavalas acunamos nietos y visitamos al médico frecuentemente. Pero en nuestras mentes no dejará de brillar nunca con luz propia la ventura de haber gozado tanta felicidad. Ahora mejor que nunca puedo lanzar un grito al cielo para decir con inmenso agradecimiento ¡que me quiten lo bailao!

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