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Hablillas

La página vieja

Cuando la página vuelve a doblarse se produce el apagón de los recuerdos, como si los dejáramos con ella hasta que la volvamos a desplegar.

Para algunos el verano es sinónimo de limpieza. No me refiero a los “encalijos” de zanco y pincel, a aplicar lejía pura a las juntas de los azulejos de la cocina con un viejo cepillo de dientes, a lavar cortinas o acicalar bombillas. Me refiero a la engorrosa pero evocadora tarea de romper papeles. La de los papeles escritos, esos folios llenos de notas y tachones sólo tienen revisión y rasgadura, sin embargo los otros, los recortes de revistas o de periódicos son diferentes, especiales.

La carpeta donde yacen, generalmente, se encuentra bajo las otras, aprisionada por las que cronológicamente la suceden. La limpieza obra el prodigio de ir aliviando el peso que la aplasta, de darle poco a poco el aire que le ha ido faltando, de recibir toda la luz que sólo le acariciaba un costado. La carpeta agradece a su manera la acción y el efecto de la apertura facilitando el camino de vuelta a los recuerdos. De un modo u otro, un recorte es eso, un recuerdo que va muchos más allá del rescate de una imagen. Un recorte cuenta una historia incluso aquella que no tenía que ser contada.

Todos tenemos carpetas con recortes, columnas curiosas, artículos instructivos, formativos incluso magistrales y alguna página completa con fotos inolvidables que al desplegarla parecen a punto de rasgarse por el doblez, desparramando el inconfundible olor a tinta seca y a rancio que tiene el papel viejo, dejando la huella oscura del tiempo en las manos que lo tocan. Primero releemos el pie de esa foto, la noticia después con la curiosidad de revivir lo que sentimos cuando la guardamos y sonreímos con la serenidad de la madurez para comprobar cuánto nos interesa todavía.

Luego echamos un vistazo a los otros textos que la completan, los antetítulos, los titulares, los ladillos, las esquelas y por último los anuncios, los de consultas médicas y los publicados con fines  propagandísticos. Con ellos podemos soltar hasta una carcajada -con ellos, subrayo y repito, no por ellos- por su redacción e ilustración si las tenían, porque a su manera y en su época fueron originales. 

La hablilla de hoy recuerda una de julio del año 1973, en la que además se incluía el número premiado del “Cupón de los Ciegos”. A la izquierda, flanqueando la composición, como un centinela aparecía la cartelera que incluía los dos cines de verano que nos quedaban y la aclaración de “refrigerado” en los de invierno. Entonces surgen, como por milagro, el plan de ir al cine en familia aquella noche, el paseo de ida contando la película, la silla de tijera y el recelo a sus pellizcos, la mirada al cielo estrellado cruzado por aquel cometa capaz de brillar durante hora y media, la caminata de vuelta a casa y el clic al apagar la luz de la lámpara alentando la esperanza de soñar con ser el protagonista de lo que acabábamos de ver.

Cuando la página vuelve a doblarse se produce el apagón de los recuerdos, como si los dejáramos con ella hasta que la volvamos a desplegar. La página vieja, junto a los recortes, vuelve a la carpeta y ésta a su sitio. Cuando acabamos la tarea, cuando acabamos la limpieza observamos que son las otras, las sucesoras, las que han adelgazado considerablemente.

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