El viento del norte acaricia suavemente las caras que tempranean surcando las calles de La Isla. Caras serias que caminan hacia el trabajo, caras alegres deseosas de llegar al colegio, caras ilusionadas en esos gramos que se queman diariamente cumpliendo con la prescripción facultativa del senderismo urbano. Con las veletas quietas apuntando a la Carraca el otoño resulta evocador porque la voz, que se tiñe de dorado, es como si devolviera algo que ha estado por ahí, extraviado, que se encuentra con nosotros acariciándonos o golpeándonos con el lazo o el mazo de la sorpresa.
Esta semana que ayer terminaba hemos recordado, un año más, la sirena de La Constructora, aquella que el cariño y el humor de los oyentes transformó en “pito” al inmortalizarla en una coletilla referida al llanto en general y al infantil y femenino en particular. También hemos recordado la mala educación, la que elevó durante años los índices de audiencia televisivos, un recuerdo que ha servido para cerciorarnos de que se prefería, se sigue prefiriendo, la pseudo cultura del insulto vejatorio y el gesto ofensivo. Realmente penoso, de verdad, si es este el futuro de uno de los medios de comunicación audiovisual más influyentes, el futuro entendido como la ausencia total de discusión o debate, el futuro basado en la reyerta. Espeluznante. La autoría de este circo, de estas escenas repetitivas no es de la fémina cuya melena oxigenada abofetea a contertulios y teleadictos, sino que pudo nacer en un programa llamado “su turno” que moderaba Jesús Hermida, un programa cuya cabecera aludía al diálogo, siendo del espectador la última palabra. Un programa que hoy recordamos, que echamos de menos al compararlo inevitablemente con aquellos que nos obligan a pulsar el botón verde del mando a distancia. Basado en opiniones, en puntos de vista contrarios se entablaba la discusión sin pisar los argumentos de los otros, sin hacer de la conversación una escala de tonos altisonantes, sin hacer del plató un gallinero. De la Web cuelgan estos programas para ser descolgados, para ser repasados, para admirar la formación de los invitados, para fascinarnos con la profesionalidad del moderador, para deleitarnos con el uso y manejo del lenguaje, con algunas expresiones donde la voz se acentuaba sin llegar a rozar el grito, sin insidiosas salidas de tono.
También vemos los cigarrillos, las columnillas de humo, los zapatos de tacón grueso, las gigantescas hombreras y, salvo excepciones, apreciamos el cruce de las piernas de las señoras, una sobre otra, ligeramente ladeadas, para que la superior aparezca recostada sobre la inferior. Hoy no nos las muestran así, porque a los programas televisivos les faltan grandes dosis de algo tan sencillo como es el respeto al espectador. Quizás sea porque no vende, porque supone un lastre, un obstáculo para la buena marcha del negocio. En cualquier caso, la TDT, las plataformas digitales y los DVDs nos dan la opción de elegir, siempre que el pulgar no deje la pantalla en negro.
El frío se va dejando sentir. Los amaneceres claros y relumbrantes se alterarán con las lluvias y las ráfagas de viento. Es el ciclo, la estación invernal que comienza, la que nos invita a quedarnos en casa, al abrigo, disfrutando de nuestras cosas. No cabe duda, la televisión tiene sus adeptos, adictos, enemigos y detractores. Sin embargo, de nuevo comprobamos su estancamiento, su involución por repetición, que en este caso no es la madre de la ciencia. Es su turno, paciente lector.