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“No sólo hay que ver la cara amarga de la lucha por lo que uno ama”

‘Wangari, la niña árbol’, es un espectáculo de la compañía Karlik Danza Teatro para niños y niñas a partir de seis años

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  • Cristina D. Silveira -

De nuevo el gubernamental programa PLATEA nos trae teatro al "Olivares Veas", esta vez una obra sobre el legado de la Premio Nobel de la Paz (2004) Wangari Maathai. El título, Wangari la niña árbol, todo un alegato a favor de la paz, el medio ambiente y de ese ejemplo vertical de la inocencia que es el árbol. La obra la representa este sábado, a las 20.00 horas, la compañía Karlik Danza Teatro y hemos hablado con su directora artística, Cristina D. Silveira.

—Mañana día trece ponen ustedes en escena la obra Wangari la niña árbol. ¿Nos habla un poco de ella y, de paso, nos da algunos buenos argumentos para acudir a la representación?
—Wangari, la niña árbol, es un espectáculo de la compañía Karlik Danza Teatro para niñas y niños a partir de seis años, y para todas aquellas personas que con independencia de su edad  crean en un mundo mejor.  Quizás adelantando su argumento pongamos el caramelo en la boca para animar a todo este público de Arcos de la Frontera a pasar una hora familiar viviendo a través de la danza y el teatro esta pequeña gran historia. La obra comienza con un incendio forestal y el trabajo duro de varios guardabosques por intentar sofocar el incendio. Ante el paisaje calcinado, una guardabosque se resiste a aceptar la derrota y traerá a su recuerdo la fábula que escuchó contar a Wangari Maathai, la Mujer Árbol; la fábula del humilde colibrí, que a pesar del rigor de las llamas del bosque, sigue llevando con su pico una gota de agua, porque hace lo mejor que puede a pesar de que los grandes animales del bosque se queden sin hacer nada, paralizados y riéndose de él. Así nos acercamos a Nyeri, una población kikuyu en el corazón de África, ante la mirada sagrada del monte Kenia, donde la niña Wangari Maathai da sus primeros pasos,  comienza a descubrir la belleza de la Tierra y los ciclos de la vida y de la muerte. De su madre aprenderá  el poder de las semillas y las cosechas y de su bisabuela a tener la paciencia que requiere ver crecer lo sembrado. Pero también descubrirá que el dinero y el interés hieren la Tierra como cuchillos… La niña Wangari, que escucha la voz dolorosa del Monte Kenia devuelve la esperanza a quienes, como la guardabosque, creen en el vuelo del colibrí.


—Dicen ustedes que es un espectáculo dulce y emocionante para público familiar. ¿Dulce y emocionante es el mensaje moral y ecologista de la Nobel Wangari Maathai?
—Quizás no sólo hay que ver la cara amarga de la lucha por lo que uno ama. Lo que más nos llamó la atención durante todo el proceso de investigación para la creación del espectáculo fue la sonrisa de Wangari Maathai, su continua actitud esperanzadora y positiva. Todas las imágenes, entrevistas, discursos estaban protagonizadas por esta gran sonrisa aún contándonos realidades duras. De hecho a través de la fábula del pequeño colibrí nos deja de forma dulce una lección de amor para luchar por el bien común. Y es desde ahí desde donde nos gusta plantear su historia y sus enseñanzas en el espectáculo. Dos inquietudes fueron el detonante de esta creación que comenzó en el 2012. Dar confianza en la fuerza de la acción por pequeña que nos pueda parecer e impulsar así a todos los que nos rodean para que se convierta en colectiva.


—Premio Nobel de la Paz (2004) a una mujer. Y una mujer africana. Muy importante ha debido ser su legado para merecer tal galardón, ¿no le parece?
—¿Qué hizo Wangari? ¡Muchas cosas! Ella dedicó toda su vida a dejar un mundo mejor. Fue una mujer luchadora, vitalista y activa, que peleó defendiendo los derechos de las mujeres, los niños y la Tierra. Maathai comprendió que proteger los árboles es garantizar el agua y el alimento para la población, y luchar contra las hambrunas y la mortalidad infantil.  Fue la primera africana que obtuvo el Premio Nobel de la Paz, en 2004, por su apoyo al desarrollo sostenible, la democracia y la paz, pero también fue la primera mujer de África Central en obtener un doctorado, y la primera Decana de la Universidad de Nairobi. En 1977 fundó el Movimiento Cinturón Verde (Green Belt), organización dedicada a la reforestación en Kenia, que ha plantado más de 70 millones de árboles. Su lema, Harambee! (empujemos todos juntos, en lengua kikuyu) es símbolo de una acción colectiva por el bien común.  Wangari Maathai murió en el año 2011, Año Internacional de los Bosques. Su espíritu, creen los suyos, mora en un árbol sagrado del Monte Kenia. Pero en el espectáculo nos centramos más en la infancia, en Wangari niña, para hacerla más cercana a los pequeños. Ella es una niña rápida, curiosa y muy impaciente. Es espontánea, impulsiva, inteligente y sincera. Le gusta descubrir y viajar: descubre cómo crecen las semillas, cómo crecen las ranas en el agua del río y viaja al mercado con su madre. También le gusta ir a la escuela. No le gusta esperar y le cuesta tener paciencia. Le dan mucho miedo los cuchillos y está indignada viendo cómo destruyen los bosques. Sólo sabe una cosa: va a hacer algo contra todo esto.


—¿Nos habla un poco de las características técnicas de la obra que usted dirige? ¿Qué nos encontraremos los niños y mayores cuando entremos en el teatro?
—De entrada un incendio. Pero no teman, hacemos teatro aunque contemos historias de verdad… El lenguaje escénico que venimos desarrollando a lo largo de los 23 años de vida de la compañía es a través de la danza, del teatro físico y gestual y en este espectáculo en particular también del video creación y animación de Carlos Lucas con las ilustraciones de Marcos Polo. La composición musical es original de Seidú, compositor chileno con el que venimos trabajando en los últimos montajes y responsable de adentrarnos en el paisaje sonoro africano. Es gratificante cómo los niños, tras el espectáculo, salen tarareando el último tema Harambee! Con letra compuesta por Itziar Pascual, que además de ser la dramaturga es la responsable de darnos a conocer la figura de Wangari  y todo su legado. El espacio escénico trabajado y estudiado por la escenógrafa, amante y gran conocedora de África, Susana de Uña. La estética cuidada por Pablo Almeida y Gonzalo Buznego. Y todo ello al servicio de la historia que será contada, bailada, encarnada por Cristina Pérez, Elena Sánchez y Amelia David.


—Volviendo al mensaje de la obra: es un alegato ecologista y moral. Luego tiene que haber malos. ¿El dinero y sus secuaces imagino?
—En concreto estos personajes son Los Cuchillos. Vienen a llevarse los árboles. Traen tijeras y serruchos para talar el bosque entero. Lo hacen para ganar mucho dinero. Piensan que ellos traen el progreso. Para ellos lo importante es hacer las cosas deprisa y enriquecerse. Creen que Wangari es sólo una niña, que no puede hacer nada…
      En general cada acto interesado, el hacer a cambio de recibir en bien propio devastando el bien común. Estos personajes aparecen como sombras en el mercado y cobrarán forma física para arrebatar la vida a los árboles, a la Tierra. Como contraposición El Monte Kenia, el monte sagrado para los kikuyus, no pretende el enriquecimiento, como los Cuchillos, sino el bien. Es una fuerza espiritual, que ve con espanto cómo se destruye la naturaleza.
     El Monte Kenia estaba en el lugar que está antes de que el mundo fuera mundo.

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