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Hablillas

Las manos a la cabeza

Aprendimos mientras nos distraíamos, cuando el libro ya se iba haciendo un hueco entre los juguetes.

Eso es lo que habrá hecho más de un artista en general y pintor en particular al ver las obras de Pierre Adrien Sollier. Lo descubrí en una de las revistas que vienen con la prensa dominical, apenas un recuadro le dedicaba una página de agenda con sugerencias de direcciones de Internet y Apps, ya saben, esas que son como la final del TBO que contenían de todo un poco, como su título. En éstas supimos por qué es negro el popular refresco de cola, qué significa el nombre de Dublín y por qué el aceite de cedro rojo de Virginia le resulta insoportable a las polillas.

Aprendimos mientras nos distraíamos, cuando el libro ya se iba haciendo un hueco entre los juguetes. Estos esperaban agrupados atropelladamente bajo la mesa camilla o en sus cajas. No teníamos tantos porque se  quedaban para los días de lluvia o para ese ratito antes de irse a la cama. El juego en la calle era como el comer, de obligado cumplimiento y quien se quedaba en casa o bien era por castigo o un aburrido.

Con el incremento del tráfico rodado el peligro creció y los juguetes empezaron a esparcirse por las salitas y los dormitorios de los niños cuando la calle quedó reducida a un rato en una Alameda. Así vivimos, más o menos, el protagonismo o la necesidad de los juguetes quienes luego fuimos padres. Nuestro hijos conocieron los Geyperman y los Airgamaboys pero sin duda pasaron ratos increíbles con las figuras de Playmobil. Estas hablillas le dedicaron sus líneas hace tiempo y si hoy rescatan a estos muñequitos articulados que tantas historias hicieron vivir y tanta fantasía alimentaron es porque ocuparán un lugar en la historia del Arte.

Esa es la razón del título, de la línea con que se inicia el texto, porque los puristas –en la segunda acepción del término- se habrán echado las manos a la cabeza si la curiosidad les ha llevado a visitar la Sollier Gallery. El artista pintor Pierre Adrien Sollier, citado anteriormente, ha reproducido La Balsa de la Medusa de Gericault, La Gioconda de Leonardo da Vinci, la tabla central del tríptico Las tentaciones de San Antonio de El Bosco, La Libertad guiando al pueblo de Delacroix, La Lechera de Vermeer, La persistencia de la Memoria de Dalí y Las Meninas de Velázquez con estos muñecos que tan buenos ratos le hicieron pasar a él mismo –¿en qué casa no los había?. Ha unido, por tanto, y con éxito sus dos pasiones, como recogen los artículos sobre el tema, trasgrediendo –más alterando y adaptando que desobedeciendo-, innovando al sublimar la presencia y la existencia de estos personajes de plástico cuya mirada atrapa y atrae.

Las obras resultan impresionantes y podrían ser un medio para que los niños se iniciaran en el Arte conociendo a los clásicos. El trabajo realizado podrá gustar o no, podrá resultar atrevido pero nadie pondrá en duda su originalidad en cuanto a la manera de homenajear, de resucitar a los maestros, un tanto extraviados en la actualidad.

Y son los Playmobil –el ruido débil y seco del montaje de las piezas los rebautizaron como “clics”- quienes nos devuelven la mirada de la Gioconda, el desastre de la balsa, la tranquilidad de las Meninas, el interior holandés, la esperanza de la libertad, el bien y el mal retratado por el Bosco y el genio de Dalí, siete –de once- obras con las que los propios artistas pintores, sin duda, se habrían llevado las manos a la cabeza por la grata sorpresa para luego aplaudir con entusiasmo y reconocimiento.

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