El diccionario, conservador de la mayor de las riquezas, guarda entre sus páginas las acepciones que el tiempo y la tele nos hacen olvidar. Cuando damos con ellas las redescubrimos, tropezamos recordándolas de golpe, como un zarandeo que nos despierta de no sabemos qué.
El verbo que titula la hablilla de hoy es precioso, cantarín y sufridor de lo anterior porque nos evoca la idea de aviso, mal augurio, de peligro inminente de expulsión o algo por el estilo. Se aparta incluso de la segunda acepción –proponer-, tanto que se ha transformado. La primera ha caído en desuso –nombrar o llamar- y yace tras el número uno de la entrada y la abreviatura indicadora de verbo transitivo, en letra cursiva. Y es que la tele, el medio por excelencia, todo lo modifica, lo diremos con suavidad, aunque en realidad sean los personajetes y paparritas –términos inventados y prestados por el maestro Pérez-Casáux- los que se erigen en gallardetes del mal gusto por obra, gracia y en beneficio de su propia publicidad aunque sea dudosa. En los espacios que disfrutan para explayarse entre gritos y gestos, los programas en que colaboran y los concursos en que participan, esos en los que el reloj y la educación quedan terminantemente prohibidos, el verbo “nominar” ha adquirido el significado absoluto, lacónico, tergiversado y amenazante que transmite.
Llevamos años oyendo esta crueldad disfrazada de sinónimo, un latigazo al léxico que combatimos silenciándolo hasta que, sin pretenderlo, el significado queda relegado si no al olvido sí al extravío entre las columnas, entre los dos pilares del diccionario. Con alegría reconocemos que esto ha cambiado. Con alegría admitimos nuestra parte de culpa en este involuntario extravío, porque debemos a Facebook el rescate, la redención y la redifusión del verbo que hoy nos ocupa en su segunda y concreta acepción: proponer.
Sabemos que esta red social facilita el contacto con amigos y amigos de amigos, una relación virtual que se ha ido agrandando o extendiendo en estos diez años, más o menos, que ha cumplido, alimentados por los más de mil trescientos cincuenta millones de usuarios activos que día a día anotan sus comentarios o arrastran sus fotos a los casilleros. De lo bueno que contiene este “libro de caras” nos quedamos con la alegría que produce el descubrimiento, la sorpresa dulce del reencuentro, porque nominan libros. Los usuarios, en su muro, proponen el título que están leyendo o bien con un comentario o bien con una fotografía de la portada. Probablemente lleve bastante tiempo en la red, probablemente vayamos un poco atrasados los que no la frecuentamos. Por eso nos alegramos, por eso disfrutamos de este momento concreto en que la modernidad, que ha apaleado tanto al léxico, rectifique o retome su camino con el sentido, con el significado correcto de este verbo.
La búsqueda por la red, a veces, nos hace regalos, palabras inmortales, flores sin tallos ni raíces –dijo Juan Ramón Jiménez- que flotan por la memoria, solas, esperando morir en la boca que las pronuncien para vivir.