Cuando estas líneas sean fruto de la elección de unos ojos curiosos, la feria vivirá su última jornada, la que transforma en recuerdo los cinco días vividos y bailados, la que se los lleva prendidos al brillo y al estallido de los fuegos artificiales. No se concibe esta feria nuestra sin ellos, sin el espectáculo de luz, color y música –actualmente- indicador del final,una despedida con honores.
Algún año que otro nos hemos visto privados de esta noche iluminada por nuestro querido y alocado levante, que todos los años se deja caer aunque sea por unas horas. Esperemos que haya sido bondadoso en esta ocasión, que sus ráfagas hayan resultado suaves, placenteras como las que empujan la columna rojiza de humo que engorda y se estira en la negrura, que vuela por el cielo como un fantasma mudo, demasiado cansado para asustar.
En nuestra infancia estos fuegos artificiales no existían porque el fuego como tal era un conjunto de llamas, de lenguas rojas, inquietas y multiformes. Lo de la pirotecnia sonaba a chino, dicho con el mayor de los respetos. Los niños los llamábamos cohetes. Con el miedo en nuestros cuerpecillos, los mayores nos mantenían muy alejados de la estructura donde estaban dispuestos por si las varillas que los soportaban alteraba su trayectoria y nos daban un susto. Nos contaban que a fulanito se le clavó en el ojo, que a menganito le atravesó el brazo y en nuestras cabezas aparecían imágenes atroces que nos empujaban a escondernos tras ellos buscandoprotección. Aquella espera se adornaba con detalles desucesos como el que titula la hablilla de hoy.
Carmen era una jovencita de un pueblo de la sierra gaditana que vino a pasar la Semana Santa a casa de sus tíos, parientes a su vez de mi familia. Era la bondad personificada, no se enfadaba ni protestaba. No había estado nunca en La Isla y aquellos días se estiraron tanto que el verano yla Feria la sorprendieron aquí. El día de su santo recibió un regalo muy especial, un paseo por el real y un buen sitio donde disfrutar de los cohetes. Comenzaron los estallidos. Carmen estaba tan embobada con las luces y los primos con aquella cara alegre, ilusionada y pequeña que no vieron venir uno que reventó muy cerca de ella. Las chispas le alcanzaron una mano y parte del brazo pero se recuperó muy bien y cuando se le pasó el susto vinieron los comentarios, las risas y el extravío de su nombre, porque desde entonces se autodenominó “Coheta” entre carcajadas. Aquí se quedó y aquí terminó sus días.
Tras esta tierna historiay aún temblandooíamos el primer estallido. Todo desaparecía al ver las estrellas de colores cayendo del cielo, desvaneciéndose antes de tocar la tierra. Al acostarnos aún teníamos en la nariz el olor de la pólvora, el olor que no dejaba que la magia desapareciera hasta ser abrazados por el sueño.
Este año nos ha asustado la noria. Su urdimbre circular y clara no se levantó, no arañó el cielo hasta el mismo martes. Menos mal, porque la feria isleña no habría sido la misma sin ella. Ojalá que lo hayan pasado estupendamente.