Hay días en que a las noticias le sobran las palabras, que la realidad diaria en la que nos ubica la información no las necesita, porque la imagen lo dice todo, lo cuenta todo desde el silencio del papel. Es sin duda cuando más grita la hoja impresa aunque resulte paradójico, cuando más araña el interior, dejando una huella urente mientras dura su recuerdo.
El pasado jueves la prensa escrita tenía una única portada, triste y desgarradora, la del niño sirio sin vida que buscaba otra orilla junto a su familia. El día anterior apareció en televisión. La advertencia sobre esta imagen aumentó el frío interior que desde entonces hiela las entrañas cuando la recordamos.
Han pasado cuatro días de rabia e impotencia, días que se llenaron de preguntas con miles de respuestas, tantas como espectadores, mientras el éxodo, la huida continúa, mientras las caras horrorizadas miran suplicantes a la cámara, mientras los más pequeños vuelan sobre las cabezas de la turba, directos al tren que los llevará a un lugar donde aprendan a jugar sin miedo. Aylan no tuvo tanta suerte. La embarcación que lo llevaba se hundió y con él se ahogaron su madre y sus hermanos, pero a ellos se los tragó el mar.
Su imagen sobre la orilla, bocabajo, resulta muy dolorosa porque nada tiene que ver con la curiosidad infantil, con el asueto estival. A su lado, erguido y mostrando la espalda, el policía cuya obligación imponía cumplimiento. Ese día se puso a prueba a sí mismo, mostrando su capacidad para dibujar la línea delgada –más que nunca- que separa la profesionalidad y los sentimientos. En aquel momento su interior sería una bomba que, seguro, explotó una vez que completó el protocolo.
Durante unos días los titulares buscaron culpables, los ladillos nos orientaron hacia los presuntos y los párrafos lograron crear opinión. Es este el fin de la noticia. Sin embargo esta nueva herida es otra por la que se escapa, se pierde una vida, esta vez de tres años.
Tras el golpe inicial se aprecia que las redes sociales no han llegado a humear, aunque algunos contactos sí se han pronunciado al respecto y con fuerza además, y los comentarios de los casilleros de los periódicos digitales son más bien escasos. La vida sigue, surgen otras noticias, la realidad cambia y concluimos, a pesar del impacto y una vez más, en que la sociedad sigue pendiente del traspaso del futbolista, de la salud de la tonadillera y de la herencia de la cómica. Circunstancias coincidentes. Sin embargo este remate no consigue apartarnos de la portada que ocupaba todos los periódicos escritos y virtuales del pasado jueves.
Qué tristeza transmite la imagen del cuerpecito de Aylan sobre la orilla, acariciado por las olas, tan pequeñas y suaves como sus tres años, tan triste como el camino de su recuerdo por nuestra memoria, detrás del tiempo que volará callado como una mariposa. La muerte de Aylan nos ha sacudido profundamente. La camiseta roja ya no tiene una única y exclusiva vinculación deportiva.