El texto de hoy se aleja de las indicadas en el título por razón de inmediatez, es decir, las que se disfrazan de icono mientras esperan ocultas en la parte superior de la pantalla del móvil, fría ella, que da la sensación de desenrollarse con la yema del dedo. La hablilla de hoy trata de esa especial e insistente tendencia a la actualización de un personaje literario.
Hace años refirieron la madurez de Tintín inventada por Frederic Tuten que no cumplió las expectativas. También aludieron a Coppelia, ballet basado en el relato El hombre de arena de Hoffman, que resultó un excelente trabajo en cuanto a la puesta en escena. Hoy la hablilla se ocupa Heidi, la ingenua y entrañable niña campesina cuyas chapetas se estirarán hasta arrebolar su adolescencia por obra y gracia del cine.
Con todo el respeto y sin duda alguna será una trilogía excelente, fruto de un trabajo encomiable que ojalá obtenga el éxito esperado. Sin embargo, difícil será extraviar la imagen de la chiquitina alegre hasta el chillido que corría alocada entre las cabras, que saltaba y reía por el prado al llegar la primavera, que enfermó de nostalgia cuando la arrancaron de su entorno. La nueva Heidi es una reina de la montaña cántabra que ha cumplido trece años, que irá creciendo hasta hacerse adulta a lo largo de las tres películas, junto a su abuelo, rejuvenecido y moderno, que recorrerá la vida sin su inseparable perro Niebla, cuya naturaleza canina no le ha permitido continuar, quedando fuera del reparto sin posibilidad de renganche. Consecuencias de la muerte.
La primera parte se estrenará muy pronto y la crítica no se hará esperar, aunque quizás puede darse el caso de que ni siquiera se pronuncie. Suele ocurrir, porque al igual que hay cosas que no pueden cambiar, hay personajes literarios que no pueden crecer. Heidi no será la misma que se deslizaba como un rodillo montaña abajo junto a Pedro para ver quién llegaba antes. Tendrá que ser una joven más recatada, al menos se lo advertirán pero quién lo hará. Puede que su abuelo, vencida un poco la timidez que encubría con hurañía, se siente con ella y ante el fuego del hogar le hable de su condición femenina, de su naturaleza.
Puestos a actualizar, sería impactante para el espectador, que lo recuerda como un ermitaño que salió de la concha cuando su nieta volvió de Fráncfort y conoció a la Señora Seseman, la abuela de Clara, la niña enferma a quien Heidi acompañaba. Con trece años no la imaginamos abriendo una caja y dejando escapar mariposas, recorriendo la ciudad en busca de una fuente donde llenar un vaso de agua para paliar la sed del padre de su amiga, recibiendo las reprimendas de la Señorita Rottenmeier o soportando sus castigos con humildad y sumisión.
Esta Heidi será otra, porque la que tenía el flequillo dividido sobre la frente no crecerá, como no crecieron Peter Pan ni Caperucita Roja, como no envejeció Cenicienta. Veremos, en suma, unas películas basadas en el personaje que Johanna Spyri creó basándose en episodios de su propia vida y será una Heidi a la que probablemente su nombre le quede algo corto. Su autora se sorprendería si pudiera ver el cambio, la evolución, la actualización de la niña que nació de la tinta de su pluma. La adolescente surge de la percusión machacona y suave de un teclado, cincel de letras que retocó un personaje que nació para inmortalizar la felicidad y las aristas de la infancia.