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Patio de monipodio

Árboles y espadas

Aseguran que “estaban enfermos”. ¿Todos? ¿Dos mil quinientos árboles enfermos? ¿Todos los árboles y todo el árbol? ¿Enteritos y no sólo alguna o algunas ramas?

Publicado: 22/07/2018 ·
23:04
· Actualizado: 22/07/2018 · 23:04
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Las espadas tienen un problema: cortan. También las hay cortas, como los “celtas” que ya no hay. Se han acabado. Como las promesas. Mejor dicho, como el cumplimiento de promesas por los políticos. El alcalde ha prometido plantar cinco mil árboles (5.000). El doble de los malogrados. Su antecesor también prometió. Prometió plantar dos mil quinientos, que es lo mismo, pero se ahorraba el matar otros tantos. ¿Para qué tanto trabajo? No los cortó. Pero después de tres años de haber cumplido su periodo, todavía no ha empezado a plantar.

Plantar y desplantar. O sea: talar y plantar ¿para qué? Porque “aquellos árboles han cumplido su ciclo vital”. Así lo dijo el lumbreras de San Telmo, cuando deificó a Monteseirín, al hacerlo máximo hacedor y decisor del momento en que “han cumplido su ciclo vital” los seres vivos. Que eso se les olvida. Un árbol no es un mueble. Además de dar sombra y rebajar la calima y las agobiantes calores del verano sevillano, absorbe CO2, con lo cual purifica el aire; sujeta el suelo y retiene la fuerza de la lluvia. Demasiadas cosas. Demasiados argumentos positivos para tenerles respeto. Debía querer decir que su servidor había decidido, como máximo esplendor del Olimpo, como amo de una ciudad conquistada, terminar con el ciclo vital de los bienhechores árboles, rebosantes de savia y de brotes, para demostrar su fuerza. Y cortaron, también, aquellas ramas nuevas.

Todavía no han pronunciado tan desafortunada frase. Es igual. Aseguran que “estaban enfermos”. ¿Todos? ¿Dos mil quinientos árboles enfermos? ¿Todos los árboles y todo el árbol? ¿Enteritos y no sólo alguna o algunas ramas? No se van por las ramas, vaya que no. Los árboles enteritos. Eran un peligro. Eso es verdad. Los árboles son un peligro: para los regímenes. Dan sombra, es decir, cobijo. Lo cual es un problema para el régimen. Así, cuando aprieta la calor es mucho más penoso mantenerse en manifestaciones y concentraciones. Luego, sin árboles, tendrá que haber menos. O eso esperan, que no se lo estamos descubriendo. Lo tienen estudiado (atado) y bien estudiado (bien atado). Seguro, si los hubieran cuidado y podado a tiempo, ninguna rama correría riesgo de caer, rota. Bastaría podar las ramas peligrosas. Destrozar el árbol entero por alguna o algunas ramas es un castigo desproporcionado. Un castigo al árbol y a la ciudadanía.

Si Espadas cumpliera su palabra y plantara esos cinco mil arbolitos, habría que esperar unos años a que cumplan su función. Los de la calle San Fernando todavía no la cumplen. Ni dan sombra, ni absorben suficiente anhídrido carbónico. Los de la Avenida, los que rebrotaban mientras decían la estupidez de “cumplir su ciclo vital”, ni siquiera dan naranjas. Los plantaron a la ligera, sólo para acallar protestas -igual que ahora- no estaban programados y más que sembrar los colocaron en pequeñísimos alcorques, que no les permiten crecer.

Pero ¿Para qué sirve cortar para volver a plantar?, suponiendo que se planten, que es mucho suponer. Una cosa está más que clara. La ciudad, no. Pero la empresa que tala y siembra (o que sólo tala, ya veremos) ha hecho un magnífico negocio. Pero ¿estaban tan enfermitos o sólo eso justifica la tala? 

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