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Patio de monipodio

La moda del odio

Se ha puesto de moda el odio, el calificativo. Como hay una ley para tipificarlo delito, es muy socorrido hablar de “odio”

Publicado: 08/09/2019 ·
22:21
· Actualizado: 08/09/2019 · 22:21
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Es que parece una moda. Y las modas suelen ser bien vistas, pues hoy no se mide por alto o bajo, bueno o malo, bonito o feo. La única comparativa, la única clasificación se ha reducido a “antiguo y moderno”. Con el añadido de que, lo moderno es bueno, aunque sea un adefesio. Una torre de cuarenta plantas, aunque rompa el perfil longitudinal de la ciudad, aunque exporte calor en dirección al centro, aunque demuestre menos imaginación que repetir modelos, como es moelno es bueno. Así, lo que pierde interés, calidad, prestigio, es lo antiguo “hay que ver que antiguo”. “Eso es muy antiguo”, expresiones con que dar de lado a cualquier cosa, por más imaginación, arte o calidad contenga. Una pena. Así hemos perdido una parte muy grande de nuestro Patrimonio. Una parte que nos enriquecería cultural, didáctica y económicamente, porque además de todo lo anterior constituyen  acicates para el turismo. Y más: A Miklós Jancsón le gustaba rodar en Praga “porque podía hacer 360º sin dejar de ver edificios antiguos”. Es que el húngaro era “muy antiguo” ¿verdad? Con lo bien que habrían quedado sus películas sin misterio, sin luz, sin arte, en una Avenida larga, larga, toda de cajas de zapatos con ventanas. No sólo por eso, pero también por eso las de Jancsón son obras de arte.

Menudo criterio, clasificar las cosas sólo por su antigüedad o modernidad. Eso permite cualquier bodrio, cualquier insulto visual, cualquier desastre, sólo por “moderno”. Se ha puesto de moda el odio, en realidad el calificativo. Como hay una ley para tipificarlo delito, es muy socorrido hablar de “odio”. Por si cuela, más bien. Si se comenta una determinada forma de hacer política, si se rechaza la labor acumuladora y empobrecedora de los bancos y otras situaciones propias del régimen no renovado pese a las ruedas de molino de una democracia sin estrenar, se acusa de “odio”. Y hasta hay quienes llevan el delito a los tribunales, tranquilizados en que todo lo más puede no serles admitida la denuncia, o perder el juicio. No importa. Lo fundamental del “derecho fundamental” (no fundamentado), es incidir y reincidir. No hay más verdad que la que unos iluminados sin luminaria pese al enchufe, quieran imponer. Que para eso su educación y su tradición se sustentan en tan equivoca palabra.

Será por amedrentar; por falta de recursos dialécticos y legales, ya sabrán por qué, buscar a quien odian los demás; acusar de odio por pensar de forma distinta, tanto decir “odio” como reverso de su particular sentido del “patriotismo”, sin llegar ni a patrioterismo, tanto odiar a quien piensa diferente, porque, al fin y al cabo ¿no será odio verdadero cuando acusan de odio sin razón? Tanto desear y reclamar soluciones militares por no ser cristianos o por reclamar democracia, sí que denota a las claras quien odia a quien. De donde parte el odio y hacia dónde. O mejor hacia quien. Por ejemplo: ¿por qué contar verdades históricas es “incitación al odio”? Se puede ser inculto, aunque es una pena, pero lo grave es encerrarse en serlo. ¿Por qué es “odio” denunciar a los responsables de la degradación del planeta? El odio es un sentimiento devastador. El odio mata. ¿Quiénes son, entonces, productores de odio? n

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