Si alguno de vosotros llora en mi funeral, no le volveré a hablar en la vida. Son palabras del cantante catalán Pau Riba tras conocer que un cáncer de pancreas acabaría con su existencia, algo que ocurrió el pasado domingo. La consecuencia de su deseo fue que su último adiós se convirtió en una fiesta. La pena por la muerte fue apartada por la celebración de la vida en la que no faltaron canciones, abrazos, risas e incluso confetis sobre el ataúd de madera. Jaleos como el dispensado a Riba son más propios de otras culturas que de la española ya que, en nuestro caso, el luto se convierte en la expresión simbólica de la pérdida. Priman sollozos y colores oscuros. Hasta tal punto es la sensación de desazón que uno mismo evita conjugar el verbo celebrar con el sustantivo funeral, y busca alternativas como tuvo lugar para no relacionar la alegría propia de la celebración con el óbito.
Lo ocurrido en el funeral de Riba -un transgresor en vida- es extraordinario en nuestro país. Por si tienen alguna duda, ahí están los vecinos de un pueblecito granadino, de nombre Castril, que han acudido al Tribunal Supremo -consiguiendo su bendición- para evitar que un tanatorio esté entre las viviendas del municipio. No quieren ver la muerte cerca, prefieren contemplarla por televisión a la hora de comer, pero a miles de kilómetros de distancia. No es lo mismo el horror en las antípodas que el finado a la puerta de mi casa.
Según leo en
Abc, el tanatorio, construido en 2014, tiene que mudarse a una zona no residencial, decisión del alto tribunal que puede crear jurisprudencia y provocar el traslado de los velatorios que aún tienen lugar en el centro de decenas de pueblos andaluces. Con la fiesta a otra parte.
Decía Antonio Machado que la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos. Que nos espere mucho tiempo. Cuando llegue, que se encuentre con una celebración por la vida, por el recuerdo, por los momentos felices, por la alegría de lo compartido. Riba, quien se encuentra a mil jodidas millas de distancia de mis gustos musicales, ha dado un ejemplo de vida en un momento de convivencia con el horror. Él y su entorno han dibujado una sonrisa entre tanta muerte y destrucción, entre tanta pesadumbre y desazón. Un ajimez de alegría ante el dolor. Bien.