Lo hacen con un álbum (el cuarto en su carrera) proyectado como un escaparate de emociones. Las canciones, cualquier obra creativa es eso, un espejo donde ver sentimientos e ideas. A veces, como en este disco, un espejo reluciente. Deslumbrante. Con composiciones construidas a base de complicados detalles que aparentan ser sencillos. Life in the treehouse, la Vida en la casa del árbol, incluye once canciones. Y la colaboración de algunos amigos como Ben y Leo Sidran, Suso Saiz, Jorge Drexler o Rufus Wainwright, entre otros. Un disco de melodías tenues que parecen reclamar un punto de sofisticación. En realidad, de indisimulada fragilidad que vuelve aun más seductor el sonido de la banda de Leonor Watling, Oscar Ybarra y Alejandro Pelayo.
Los tres parecen declarar su estado de animo, altivo y luminoso, para evocar sensaciones que habíamos intuido y otras que nos sorprenden más. Comienza con The Long Fall. Una de esas obras que reclaman la identidad de sus creadores. Una manera segura de abrir un álbum. Con la inmediatez de las presentaciones. Luego se van sucediendo las canciones entre las sutilezas de ritmos erotizados, como en Thanks someone tonight, o la rabia sin disolver de Too many ways. En The Answer, Rufus Wainwright hace coros junto a Leonor. Una pincelada de magia. Con Play Boy Play han diseñado una canción para el intercambio generacional. A mayor gloria de Peter Pan. Sueños esquivamente bucólicos aparecen en Let´s the sky fall. Y así todo el álbum. Impregnado de esa extraña melancolía, tristeza de buen rollo, de la particular, serena y sabia alegría de Marlango. Se dice de muchos discos pero este lo es. Un álbum para oír con cuidado, buscando lo pequeño, fragmentos ideados con cariño. Canciones para detener al corazón. Sensibilidad para estos tiempos tan insensibles.