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Una feminista en la cocina

Pleamar con viento racheado

Las mareas fácticas es lo que tienen a poco que la luna las meza. Las nuevas mentalidades tan dobladas, bifurcadas y entremezcladas...

Publicado: 17/01/2023 ·
09:34
· Actualizado: 17/01/2023 · 14:59
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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La carrera dio paso a una auténtica marea violeta contra la violencia de género, en una convocatoria que iba más allá de lo deportivo.

 En los Toruños te acostumbras a las mareas. En la Política, no. Años de elecciones dan para mucho, sobre todo en el aula de Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho. Años atrás, un guapísimo catedrático de Derecho se paseaba por los aledaños de esa Facultad en Jerez para deleite de estudiantes que algún día serían magistradas, fiscales o funcionarias de prisiones. También alguna acabaría juntando párrafos que nadie lee. Las mareas fácticas es lo que tienen a poco que la luna las meza. Las nuevas mentalidades tan dobladas, bifurcadas y entremezcladas, no son otra cosa que el siglo de las luces revenido en oscuridades y sombras. Hay Shakiras que no quieren la cruz de la deslealtad, sino cuartos para pagar a Hacienda. Ya las chicas lo gozan tanto como los chicos, porque la libertad sexual se ha impuesto mientras el Deporte y los estudios no se compaginan porque a una Inspectora de Educación gaditana no le parece oportuno. Lástima, solo vamos a parches de toallita menstrual. Si matan a mujeres ya no es más que noticia desagradable que nos amarga las vistas panorámicas y los días de fiesta. Ya no son sangre nuestra, ni nos importa demasiado más que para barrenar en arameo.

Hay demasiadas mujeres que no ven el maltrato como violencia de género porque hacen tabla rasa, quedándose en asesinatos sin más como vulgar crimen de página de sucesos. Estudiando el Siglo de Oro se me quedó una cita de alguien palaciego que remarcó que era maldición para un Rey ser padre de gemelas, porque si malo era que naciera una mujer sin posibilidad de acceder al trono, ni tener básicamente ningún derecho, mucho peor era que nacieran dos al mismo tiempo. Las mujeres siempre hemos estado jodidas, quien no lo piense se engaña. Si es mujer la que lo defiende aduciendo que a ella nunca la han maltratado, lo veo ejercicio de inconsciencia suprema. Como negar el Holocausto de los judíos porque no lo eres o la discriminación racial cuando eres negro, pero quieres ser blanco. Las mujeres seguirán cayendo a manos de maltratadores porque se establece como parámetros comentarios como “si la trato mal y me sigue queriendo, es que me quiere de verdad” dicho en tono jovial y casuístico. Nadie debería querer a quien le maltrata, ni siquiera un perro. Nadie debería maltratar ni siquiera a un perro. Nunca a un perro, nunca a nadie. Pero cuando pienso en estos temas se me reviene al olfato el olor de mi colegio, las niñas esqueléticas en crecimiento, el silencio, el cállate y el asentir como norma autoimpuesta. Nada que ver con estas jovencitas de dieciséis que se creen que desvirgarse y vivir asaltos amorosos a pie de playa es síntoma de expresión de libertad y emancipación. La emancipación se gana sudando sangre, bonitas. Ya lo entenderéis mañana.

Mientras tanto, no es malo juguetear con tu cuerpo. No es malo que te sientas en igualdad porque la sangre, la garganta y la vida de muchas hermanas caídas fue en tu honor y para que tú hagas lo que te dé la gana. Éste va a ser un año complicado. De peleas en bares por siglas, en pueblos por vecindades, en colegios por rivalidades posturales y en plazas por caballaje de bancos, donde asientan sus ganas mayores de sesenta y cinco. Nunca estuvo tan cerca la ancianidad que como la veo ahora. Nunca mis hijos más adolescentes. Nunca el trabajo tan efímero. Nunca los amigos tan olvidados. Estamos en un año políticamente desfondado (esféricamente amanecido tras un anciano 22 que culminó con desgracias) que reviene fuerte como una poda de enero tras las frialdades de diciembre. No sé lo que nos detendrá la marcha, ni qué mareas nos impulsarán los remos. No sé nada porque me es negada la visión que hizo que las del Siglo de las Luces fueran santas o brujas, nunca reinas más que consortes, nunca gobernantas más que de segunda fila. 

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