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La vejez corta orejas y rabos

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FUI a los toros. En Jerez. Jesulín de Ubrique en mitad del coso. Aburrido, trato de encontrar a la Belén Esteban o a la Campanario entre el público. Entonces ocurrió. Las pupilas se petrificaron. La mirada se me heló.


Una avalancha de profundo terror se adentró a través de mis sentidos hasta acongojar a mi alma, hasta amedrentar hasta la respiración. Buscaba a la Esteban pero el giro de cuello me llevó hasta el rostro la Duquesa de Alba...
No logro dormir. Conciliar el sueño es sencillamente una quimera irrealizable, una utopía de la razón onírica. Tengo miedo... tengo mucho miedo.

Las cosas más sencillas como respirar, comer o teclear, suponen desde aquella visión una tarea colosal, de titanes, un esfuerzo bestial... tiemblo como Amy Winehouse encerrada tres días en una habitación sin drogas a su alcance. Tengo miedo... tengo mucho miedo.

Temo por la vejez, no porque esa mujer, la duquesa de Alba, sea más fea que una ecografía del Fary a los seis meses... no. Mi temor no se fundamenta en lo mal que le quedan las gafas, en su melena ‘afro’ pero canosa. No. Mi miedo reside en que estoy en pleno proceso de envejecimiento. Cada vez que me miro a un espejo encuentro cosas que no estaban (pelos en la oreja) y echo de menos otras que vinieron conmigo a este mundo (pelos en la cabeza).

La pesadilla fue pensar, reflexionar, mientras miraba fijamente cada pliego, cada mancha mal disimulada con maquillaje en la piel de la duquesa, que si ella, con todas esas tierras, todas esas joyas, con todo ese poderío económico, no había podido vencer a la vejez, ni siquiera disimularla por más que ella si lo vale, tengo la ligera sensación de que a gente como un servidor, la vejez nos acribillará, nos toreará, y se llevará las dos orejas (con pelos incluidos) y el rabo o lo que quede de él.

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