Hay capitales que se están vaciando de ciudadanos porque nadie quiere parir en ellas. No hay gente joven para hacerlo, ni continuidad de las parejas, ni casorios como antes. La vida ha cambiado tanto que casi no asomo cabeza. No creo que sea la edad sino más bien el Síndrome de Isabel I, o demasiado joven o demasiado vieja para reinar, porque me desubico a poco que me dejen. No hay cómo repasar Historia -una vez más- con los menores para darte cuenta de que nada merece la pena porque los idiotas siempre van incansables a pie de escurridero. Y nos atrapan a los demás aunque no los votemos, porque las mayorías cuentan y la gente está tan pegada a las redes, a sus cuerpos, a las memenoticias y a las boberías que se pierden la sustancia del meollo. No sé bien dónde está el jodido meollo, pero ya les digo que no se pueden cambiar los estudios según las Comunidades, ni variar tanto los exámenes según donde paces.
Tampoco desmembrar, violar y triturar una Sanidad pública que era ejemplo en todas partes, para dejarla en colas interminables de sufridos, con copagos y conciertos que llenarán los bolsillos a pocos, pero que nos matarán a muchos. Todavía veo ante mí las bolsas negras del covid, porque las retengo en la memoria como recordatorio de cuánto mal se pude hacer con tan poco. Hay que saber que la siguiente generación de ancianos somos nosotros los que apuntalamos los sesenta. Me crean o no, adolecen ya de ello, igual que mis hijos madurarán-lo creo firmemente- y me volverán a hacer abuela, una y otra y otra vez. Los trabajos ya no son lo que eran, los políticos sí, sus medidas sí y las crisis solapadas en el tiempo deben de aburrir – por lo cansinas- a los dioses del Olimpo, tan isla de las tentaciones ellos , con los humanos a su cargo.
Lástima de griegos y sus conquistas, lástima de íberos y celtas, lástima de todos los que cayeron para que las ciudades milenarias se llenen solo de borrachos buscando sexo en atracciones turísticas apoteósicas. Pero ya ven, les habla la boca desdentada de una arpía exhausta y pletórica de vida, no aburrida, mucho menos muerta, pero sí tan hastiada y perpleja al mismo tiempo, porque somos los que hemos llegado hasta aquí, pero no hacemos gala de ello. Más que nada, nos entretenemos, yo también, con papayadas , gansadas y circos romanos que no nos dan más que risa tonta y despreocupaciones de cabeza, para intentar olvidar que cabalgamos una rueda de laboratorio que movemos con trabajo precario y tarjetas de crédito que son la llave- eso creemos- de un ficticio o cielo. No me extraña que los niños no quieran nacer en un mundo tan complicado como éste. Pero la vida siempre ha sido igual de injusta, si no que se lo cuenten a Amadeo o al Pobre José que se vio como peón del hermanísimo, con lo que daría de memes en la época actual esa maravillosa Historia, ahora tan devaluada porque no será optativa sino solo troncal.
Pobre Historia que es el alma de nuestra alma. Si no comemos de sus pechos nos condenaremos al olvido de los lotófagos que no es más que internet puro y duro a saco por horas, mientras los sanitarios desgranan jornadas interminables con largas colas de espera, porque los que mandan ejecutar ni ponen personal, ni lo pagan. Lástima de nosotros tan pacíficos que ni protestamos cuando deberíamos masacrar con la palabra y abarrotar las calles con nuestro descontento, pobres que -como la Historia- seremos olvido en unas pocas décadas.