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Una industria en potencia, pero perseguida...

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El candidato socialista a la Alcaldía de Sevilla, Juan Espadas, se ha comprometido a convertir el convento de Santa Clara en el gran centro de referencia y ensayo para las bandas. El objetivo es que puedan disponer de parte de seis mil metros cuadrados, lo que les permitirá disfrutar de un espacio adecuado para todas sus actividades.

Pero hay más. El alcaldable socialista plantea la creación de una escuela taller para el aprendizaje de la reparación y limpieza de instrumentos musicales, algo que a su juicio va a generar empleo en Sevilla, toda vez que lo habitual es que los músicos deban enviar sus instrumentos a Valencia para estos menesteres.

Estas cosas no ocurren en Jerez. Aquí, cuando cuarenta chavales se reúnen para tocar la trompeta y el tambor lo habitual es que una pareja de la Policía Local acabe disolviendo la concentración. Luego, eso sí, a los políticos se les llena la boca hablando de que la ciudad necesita fortalecer su tejido industrial para no depender en exclusiva del sector servicios. Y en esas siempre aparecerá un empresario dispuesto a montar una fábrica de coches o de cepillos de dientes eléctricos con el único objetivo de arañar las subvenciones que se tercien.

Una vez amortizadas las subvenciones -pregunten en Puerto Real- la multinacional de turno cierra el chiringuito y se marcha a Bangladesh, porque allí las condiciones de trabajo son aún más precarias que aquí y es posible que tanto los coches como los cepillos salgan más baratos.

Ni los políticos ni los sindicalistas se han dado cuenta aún de que la única industria que no se puede deslocalizar es la autóctona. Ahora que parecen advertir que el flamenco puede generar empleo, bueno sería que alguien cayera en la cuenta de que el universo cofradiero también es capaz de crear riqueza económica. En Sevilla hace años que aprendieron la lección.

Aquí, de momento, seguimos con la estrategia de azuzar a los chavales que se reúnen para tocar el tambor y la trompeta, sin pararnos a pensar en las posibilidades económicas que puede generar esa afición. Y a todo esto el Zoco de Artesanos que se muere de pena, con el rendimiento que se le podría sacar a poco que se agudizara el ingenio: orfebres, bordadores, tallistas, imagineros, cereros...

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