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Vivo en una de las muchas ciudades dormitorio que rodean Madrid, y la alternancia del poder municipal la puedo comprobar en el carril de bicicleta.


En cuanto llegaba a la presidencia del consistorio un socialista, comenzaban enseguida las obras del trazado de carriles para bicicletas, y, cuando era relevado por un alcalde del Partido Popular, una vez comprobado que por el carril bicicleta no transita ninguna de lunes a viernes y, alguna que otra tres o cuatro horas los sábados y domingos, se volvía a dejar sitio a los peatones y a los automóviles.

Pero en esta ocasión un alcalde del Partido Popular, probablemente un converso que tendrá algún hijo o algún sobrino que vaya en bicicleta, se ha gastado una pasta gansa en unos cuantos kilómetros para los bicicleteros.
No obstante, muchos de los usuarios de los velocípedos prefieren las aceras, con lo que los peatones hemos perdido espacio y hemos ganado peligro.

Pero lo más sorprendente ha sido un folleto, editado en papel couché, con grabados y dibujos, repartido por correo, donde se explican las ventajas enormes que trae consigo circular en bicicleta. A la hora de enumerarlas, en uno de los apartados –lo juro por mi madre– el redactor del municipio recuerda que la bicicleta no necesita ningún tipo de combustible. Me imagino la sorpresa de los miles y miles de mis conciudadanos que posiblemente vivían creyendo que a las bicicletas hay que echarles gasolina, alcohol, o colocarles una batería para que puedan moverse.

Otra ventaja que viene a neutralizar nuestra probable ignorancia, y que explica el folleto, es que la bicicleta no contamina por la emisión de gases de combustión. Por si fuera poco, el redactor del útil opçúsculo nos recuerda que la bicicleta es fácil de aparcar. Todo ello viene en un folleto bastante lujoso, que ha debido costar una pasta gansa, y que me recuerda que la doctrina del ahorro presupuestario todavía no ha entrado en la mollera de mis concejales.

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