A pesar de que los tiempos que corren no son buenos ni para la lírica ni para la política, y mucho menos para quienes las ejercen, ni todos los cantores y cantantes suenan de la misma manera, ni todos los políticos son iguales, por mucho que algunos se empeñen en generalizar y en igualarnos.
La preparación y la formación que cada cual se procura, cuenta como su mejor carta de presentación y su mayor garantía y por supuesto la ideología y la actitud ética y nuestro comportamiento ejemplar. Mientras que los interpretes del bel canto han de superar la prueba de subir al escenario y seducir al público para conseguir su admiración con sus dotes artísticas, los protagonistas de la vida pública han de convencer con sus actuaciones para lograr mantener su credibilidad con palabra y su gestión.
Pero ellos, por muy populares y famosos que puedan parecernos necesitan como cualquier persona normal, que le mostremos nuestro afecto y cariño y recibir su recompensa, a los artistas en sus distintas vertientes se los hacemos llegar cuando conocemos su obra con nuestros aplausos, a las personas al servicio de la comunidad con nuestros votos.
Con nuestras mujeres y hombres del escenario político, la cosa es distinta porque al margen del desprestigio que actualmente les acompaña justa o injustamente, según los casos, nuestra relación está teñida de la legítima exigencia de nuestras necesidades y demandas.
Si observamos con atención a la mayoría de los responsables políticos, vemos como procuran cuidar de la mano de sus asesores o por propia iniciativa su imagen corporal, ya que son conscientes de que refuerzan su seguridad personal y les abre las puertas a una mayor aceptación social.
Cuidan con esmero de revisar diariamente su estado de ánimo, y controlar sus sentimientos y emociones, para que en ningún momento interfieran en sus actuaciones y su poder de comunicación con los demás. Intentan sonreír de forma natural, con expresiones faciales y gestuales que manifiestan, que sintonizan con la gente, lo que no debe significar que están de acuerdo con todo el mundo en todo momento.
Esa actitud suele irritar al personal, ya que les parece “una tomadura de pelo”, pero han de procurar que no se les vea esa cara de preocupado y amargado que transmite irritaciones y problemas y que si además se dedica a contarlos, aburre hasta las ovejas.
Deberían contagiar un tono vital, alegre y positivo, además de respetar a todos aquellos que piensan y actúan de forma distinta a ellos, pero que desde la discrepancia nunca pueden ni deben convertirse en sus enemigos con los que no puedan hablar, son simple y llanamente sus adversarios , y como el mundo da muchas vueltas quien sabe si en algún momento, pueden transformarse en sus aliados, gracias a los pactos y los pastos.
Hay quienes sin embargo, tienen poco control y ante cualquier contrariedad, sacan fuera todo lo peor de su espíritu sectario, y adoptan una postura cerrada que obedece y cumple consignas y son incapaces de escuchar a nadie, y mostrándose intolerantes , no reconocen que el otro aunque no sea de los suyos puede llevar razón.
Están también, los que sin ningún sentido de la medida, se les va la olla, y lejos de mostrarse naturalmente tal y como son, juegan a hacerse los simpáticos, aunque carezcan de gracia. Hemos de realizar con rigor los análisis y con habilidad las negociaciones, descubriendo la normalidad en el trabajo de cada día, con un compromiso por encima de todo, las necesidades, con los ciudadanos y ciudadanas, con una actitud de cercanía y autocrítica, sin endiosamientos y triunfalismos, sin maniobras y resentimientos.