En 1976, y dentro de su estudio “Dios en la poesía española”, Ernestina de Champourcin definía a Gerardo Diego como un “católico poeta”. Sabido es que el escritor cántabro “es el único poeta del 27 que tiene una actitud profundamente religiosa (…) la del hombre que se siente finito y trascendente”, tal y como afirmase tiempo atrás Leopoldo de Luis.
Dicha inclinación mística, se mantuvo vigente a lo largo de su obra y de su existencia, y aunque al propio Gerardo le gustase repetir “soy religioso, pero no beato”, no puede discutirse el hecho de que su circunstancia vital y lírica quedase impregnada de un evidente sentimiento espiritual.
Al hilo de estas premisas, acaba de editarse “Gerardo Diego y su pensamiento religioso” (Monte Carmelo. Burgos, 2011), un primoroso ensayo firmado por Teodoro Rubio, donde se profundiza de manera pormenorizada en la veta piadosa de nuestro añorado vate santanderino.
En su introducción, el propio Teodoro Rubio (Burgos, 1958) declara su intención primigenia, que no es otra que la de “ofrecer una reflexión documentada acerca de la existencia sencilla, profunda y hondamente religiosa que vivió Gerardo a lo largo de toda su trayectoria, y que le ayudó sin duda a escribir con la profundidad que lo hizo”. Y en verdad, su esforzada investigación arroja un sinfín de certidumbres que corroboran su noble propósito.
En estas más de doscientas páginas, se recogen testimonios de familiares, amigos, allegados…, que nos confirman las experiencias y las vivencias del creyente que fue Gerardo.
El volumen viene dividido en dos grandes apartados: “La vida religiosa de G.D.” y “La obra religiosa de G.D”.
En el primero, se nos da cuenta de la fe con la que se vivió en su familia el ambiente religioso. Sus padres fueron fieles a la estricta ortodoxia católica, si bien el hijo se crió en una época donde ya asomaba un catolicismo de corte más liberal. Atendiendo a su nacimiento, 1896, Gerardo se educa en un marco de mayor aperturismo y libertad, el mismo que imperase en nuestro país hasta la llegada de la dictadura en 1939.
“Mi padre era un católico cumplidor, pero discreto”, reconoce en una entrevista su hija Elena. Porque además de ser un gran lector y conocedor de la Biblia, era asiduo de las celebraciones de Pascua, de Navidad…, y fiel seguidor de la verdad, de la justicia y de la solidaridad. Teodoro Rubio -al hilo de tantas evidencias y cartas estudiadas- resume en cuatro las principales características religiosas de Gerardo Diego: “Tolerancia, fervor, discreción y autenticidad”.
La segunda parte del volumen, se vertebra sobre los poemas de corte fervoroso que escribiera Gerardo y que quedasen recogidos en cuatro libros fundamentales: “Via Crucis”, “Versos divinos”, “Ángeles de Compostela” y “El cerezo y la palmera”; al margen de otros textos, también dedicados a santos, catedrales y monasterios. Muestra del optimismo creyente gerardiano, queden como ejemplo estos ilustrativos versos: “Quiero vivir, morir, siempre cantando/ y no quiero saber por qué ni cuándo./ Sí, en el seno del verso,/ que le concluya y me concluya Dios”.
Al cabo, un excelente ensayo y una excelente oportunidad para acercarse a la voz inolvidable de un gran hombre y un gran poeta.
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