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Amar otra vez

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Un amigo lo está pasando mal tras la ruptura de relaciones provocada por su pareja. Hemos sostenido largas y penetrantes conversaciones al respecto. Trato de poner a su servicio, con mucho cuidado y respeto, mis propias experiencias personales, y, al mismo tiempo, me asombro al comprobar que su experiencia particular, única, también me enseña.

Hablar de amor es hablar de la potencia más noble y productiva del ser humano, pero a la vez es la más frágil. En el hecho de amar y en el anhelo de ser amado se ponen a prueba las raíces más profundas de la criatura “hombre”, de la criatura “mujer”, pero no ya como especie, sino como manifestaciones específicas de nuestra integración o pertenencia a una cultura dada, a un modelo de crianza, a una sociedad en la que todos vamos creciendo.

Amar es vivir. Vivir es amar. Esta es la verdad en toda raza y para todo hombre o mujer, sea cual sea su condición. Entonces ¿por qué tantas veces nos resulta una tarea casi imposible que el amor, de llegar, perdure?
Los duelos que prosiguen a la ruptura con la pareja son tremendos. Abren, literalmente, la Caja de Pandora. Al menos, son una de sus llaves. De hecho es un trance que nos obliga a conocernos un poco mejor y el primer trabajo ineludible es soportar estar a solas, sin pareja. Sobre todo en aquellas personas que aman por dependencia.

El libro del psiquiatra Luis Rojas Marcos La pareja rota, del que tuve que echar mano en su momento, tiene una dedicatoria que sólo ahora, caídas las barreras intelectuales, empiezo a comprender: “A los hombres y mujeres que se arriesgan y desafían el miedo, el cinismo, la desesperanza, la apatía y el dolor que se interponen en la búsqueda de una unión feliz, después del fracaso de un primer intento.”.

Tiempo y explicación son los dos factores constantes que gravitan en las conversaciones con mi colega. Necesitamos tiempo para asimilar los traumas, cuales sean, y la asimilación requiere una explicación porque, al cabo, nos espera el paso más difícil: aceptar lo sucedido, aprender y rehacerse.

Mi amigo siempre replica: “Esto es la teoría. Ahora hay que ponerla en práctica”. Cuánta razón lleva. Las estanterías de los hipermercados y librerías están llenas de libros de autoayuda para estos casos. Por internet pululan miles de artículos escritos por profesionales cuyo asunto gira en torno al desamor. Sin duda, si son textos rigurosos que no se despeñan por la mojigatería, el romanticismo o la hipocresía, pueden servir de guía para comprender y superar la amargura, muchas veces incalculable, que prosigue a una ruptura de pareja, y así afrontar los múltiples desafíos existenciales que genera. Pero una cosa está clara: aunque haya causas repetidas, es en nuestra historia personal donde podemos hallar la incidencia concreta de tales causas.

Largas y complejas son las conversaciones que mantengo con mi amigo desde hace algún tiempo. Hemos llegado a algunas conclusiones. Qué equivocados estamos al buscar la unión perfecta. Qué destructivos son los celos, la posesión, los silencios inoportunos. Y cuánto pueden sufrir, sin darnos cuenta, por inmadurez insana, los que menos responsabilidad han de asumir: los hijos.

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