Los profesionales de la política, los jerarcas de los partidos políticos, valoran negativamente esta iniciativa ciudadana que es el 15-M porque su ideario cuestiona la democracia parlamentaria y partidaria, porque denuncia la falta de ética, la corrupción política, la estafa de quienes prometen y prometen y no cumplen lo que prometen, haciendo, de paso, el “agosto”, porque para eso están inmersos en esto de la política.
Que el anarquismo es radical es algo que resulta evidente. Ya que va a la raíz de los asuntos, para primero comprenderlos de manera colectiva (la satisfacción de la inteligencia sólo es posible si impregna de ella a quienes la comparten) y, después, ofrecerles una respuesta. Una respuesta humana, que se encuentre a la medida de quienes aspiran a vivir felizmente en un entorno que garantice la vida.
Hay muchas personas que sienten la anarquía, sin saber de ella, como la salida que le queda a la humanidad, después de milenios de barbarie: ya sea de índole esclavista, feudalista, comunista o capitalista. Los movimientos pacifistas y los ecológicos han actualizado, en cada momento histórico, su esencia.
El sindicalismo la asumió desde sus orígenes, consolidándose el anarcosindicalismo como punto de referencia alternativo al sindicalismo oficial, jerárquico y dependiente, porque los poderosos, que precisan controlarlo, organizan jerárquicamente, lo profesionalizan y de esta forma, además, lo neutralizan.
De igual forma promueven y controlan los partidos políticos, creando el espejismo en el pueblo, de que es éste el depositario de la soberanía popular. Palabra vacía a estas alturas, donde los mercados fijan y tasan el valor de la deuda soberana, y, con ello, marcan el precio del dolor, del sufrimiento y la desesperanza del pueblo, que está obligado a pagarla.
Por ello, es preciso mirar hacia el horizonte de la auto-organización, sin jerarcas, ni dueños ni amos de la voluntad popular.