Chevrolet toma conciencia de marca potente que quiere ese puesto de consideración que se logra con una cuota importante en Europa, pese a la depresión del mercado actual y los pasos a seguir se dirigen a disponer de una gama de modelos variada y amplia.
La marca estadounidense, líder de ventas en el Grupo General Motors, ha tenido en el viejo continente una presencia testimonial, concretada en la exportación de algunos de sus modelos míticos cono el Corvette. Es decir, casi nada en cuestión de ventas.
Hará una década y tomando como referencia el producto de la firma coreana Daewoo se posicionó como la marca de acceso del Grupo General Motors y, desde entonces, los eslabones de una bien pensada estrategia la han llevado a registros de ventas importantes y a ser una de las referencias automovilísticos que mejor solventa la crisis por ese siempre interesante equilibrio calidad-precio.
La última de Chevrolet ha sido el Malibu un nombre que en Europa no ha dicho nada, pero que en el nuevo continente es santo y seña de la marca de la pajarita. Es el retorno a las berlinas del segmento medio-alto, donde ya tuvo un testigo, el Épica, que no hizo mención a su nombre a la hora de medir el éxito mercantil.
El Malibu es americano de alma, el que más de la oferta de Chevrolet en estos pagos, pero bien adaptado a Europa. Parte de la plataforma del Opel Insignia y las motorizaciones diesel se han desarrollado en Fráncfort, bajo la supervisión de la marca alemana que concibe este ciclo de carburante mucho mejor que instalaciones americanas, donde la gasolina es el indiscutible carburante. Para reforzar su concepto global sale de cadenas de montaje coreanas, de la ya firma local Daewoo.
En su presentación externa, el cuerpo adopta una arquitectura poderosa, de berlina americana, pero muy bien maquillada para los mercados de aquí. Aún así, no se escapan a la vista cotas importantes que colocan al Malibú como uno de los modelos más contundentes de su segmento.
Una longitud considerable y una anchura que no pasa desapercibida, pero que, una vez dentro del coche, es la explicación lógica de una excelente habitabilidad para el pasaje.
En su recorrido visual, la parte delantera llama la atención por la doble parrilla, el capó ligeramente inclinado, con pliegues en relieve, ópticas de trazo felino, y unas defensas atléticas.
Mirado por el lateral adopta una línea de cintura en progresiva, pero discreta, elevación, y unos poderosos pasos de rueda, sin que se despiste un tercer pilar grueso y largo en su inclinación, muy propio de berlina de este tipo y con un toque distintivo de elegancia.
Hay mucho de su personalidad en la zaga, con una luneta adaptada en esa inclinación al tercer pilar, pilotos extendidos por la zona del portón y fuera, sin excesiva originalidad, y unas defensas también contundentes.
El interior sí es propio de una berlina de altos vuelos, por su indiscutible capacidad para cinco personas y las medidas extraordinarias que se han establecido en las separaciones entre filas, en los espacios a la altura de la cabeza y para extender las piernas. Así, tanto en asientos delanteros como traseros, la comodidad está plenamente avalada para viajes de muchos kilómetros. A estas loas se une una buena sujeción en los asientos.
El ambiente inspira relajo por la adecuada decoración interior. El salpicadero recibe una estética llamativa con las formas geométricas de los relojes bien visibles en todo momento y en cualquier circunstancia de luminosidad exterior. La parte frontal del copiloto deja a la vista el acertado recurso estético de unas láminas que resultan atractivas a la vista, aunque con el tiempo puedan ser un nido de polvo.
Entre los asientos delanteros su ubica un túnel de dimensiones considerables, pero que no resulta incómodo para conducir. El Malibu no es ajeno a soluciones de habitabilidad como el recurso a los huecos portaobjetos, algunos de suma originalidad como el que se ubica detrás de la pantalla táctil de a bordo. La segunda fila de asientos se pude desplazar en ambos sentidos y es abatible en la porción 60:40.
El maletero es muy grande, 545 litros, de lo mejor en este segmento, pero es de una sencillez que roza un poco la dejadez. No se han habilitado zonas compartimentadas, ni elementos de fijación de bultos. Además, peca de un acceso al mismo limitado por una boca angosta. Empeora la cosa con la ausencia de rueda de repuesto y el recurso al kit antipinchazos.
La gama del Malibu ha apostado abiertamente por la sencillez en las opciones. Un motor gasolina y otro diesel. La prueba se ha centrado en este último, un 2.0 de 160 CV, que ha sorprendido por comportamientos contradictorios.
Este mismo motor demostró un muy buen refinamiento en el Cruze y, sin embargo, en el Malibu ha mostrado un ruido subido de decibelios, algo que la primera intuición achaca a que los elementos de reducción de sonoridad de este coche no están bien trabajados. Ese ruido, al que uno termina acostumbrándose y llega a pasar desapercibido, lo que supone que no es de suma estridencia, se ha mantenido durante todo el recorrido, con el coche tanto en frío como en caliente.
En el ámbito de las prestaciones sí hay muchas mejores sensaciones. El propulsor tiene una respuesta muy fiable desde la parte más baja del cuentavueltas y recorre buena parte del mismo con la fuerza suficiente para recuperar con prontitud, es decir extiende al máximo sus desarrollos. Es algo más perezoso en las salidas en parado, pero no hay que olvidar que se trata de mover un peso muerto de tonelada y media.
La caja de cambios ha sido la manual de seis velocidades, bien adaptada a los largos desarrollos del coche, pero con un manejo desde la palanca de cambios un poco basto.
El consumo, el otro factor asociado al motor, se ha quedado en una media en prueba de poco más de seis litros, pero con el condicionante de un recorrido en su 90 % por carretera. Hay bastante disfunción entre el consumo en este escenario y en ciudad donde sube bastante más de lo deseable. Se echa en falta un sistema de parada y arranque automáticos.
Circular con el Malibu es una experiencia agradable, pues las suspensiones están bien adaptadas al gusto de este continente, es decir un poco duras, menos agradable para el pasaje, pero más y mejor adaptadas para una pisada solvente. Por cierto, en este campo, también el coche ha adolecido de algún que otro reparo, pues el ideal de rodadura plana y deslizante se consigue sobre firmes muy bien cuidados, lo que no es habitual últimamente en la red de carreteras españolas. A poco que se arrugue un poco el asfalto copia cualquier obstáculo.
Ello no quita para que sea un coche que trace con muy altas garantías, ayudado en una dirección suave, pero que sigue con mucha fidelidad el movimiento de ruedas.
En frenada cumple bien, para en las distancias precisas y, como virtud, resaltar que tiene un alto grado de resistencia a la fatiga.
El Malibu pude presumir de un equipamiento de serie en el nivel más alto, que deja muy poco margen a las opciones, tanto en elementos de confort (tapicería de cuero) como de seguridad.