Siempre he tenido la impresión de que los hitos históricos carecen de una verdadera explicación en profundidad: quedan cabos sueltos, que suelen ser los más interesantes y/o los más importantes. Así sucede con esa jornada de luto que ocurrió hace ahora cinco años, la matanza terrorista del 11 de marzo de 2004. Ahora, algún abogado oportunista y algunos columnistas alineados afilan sus plumas y micrófonos en libros, artículos y comentarios en ciertas radios en busca de un mismo resultado: reavivar la tesis del complot, hablar de una trama en la que habrían participado policías, algún juez y algunos políticos con un único objetivo, deponer al gobierno del PP, haciéndole perder las elecciones, para que ganasen los socialistas.
Nunca he sido partícipe de esa idea de la trama. Ni pienso que los jueces que instruyen como no nos gusta sean necesariamente prevaricadores ni me parece justo afirmar que la policía no ha encontrado respuesta a todas las interrogantes porque no le da la gana hacerlo. Y sí creo, en cambio, que las elecciones de 2004 las perdió el PP por la pésima gestión que Aznar hizo de aquella crisis: decir, como se dijo y se dice, que el vuelco electoral se produjo porque dos mil personas se congregaron el día de reflexión ante la sede del PP, me ha parecido siempre, siento decirlo así, una solemne tontería.
Claro que quedan bastantes incógnitas sobre la planificación y la autoría de esa matanza. A mí, reconozco que la sentencia del juicio que presidió el magistrado Gómez Bermúdez no me satisfizo las curiosidades y lagunas sobre quién planteó, ideó y ejecutó aquella jornada luctuosa. No estoy seguro de que los más culpables se hallen entre rejas. Y sí estoy seguro de que el plan se ideó en mentes que desconocemos.
Doy la bienvenida a todas las investigaciones de historiadores, periodistas, abogados o aficionados espontáneos que quieran aportar luz a las actuales tinieblas. No sería yo, en cambio, tan hospitalario con quienes, desde una intención que parece rayana con el desprecio del sistema, se inventan complicidades políticas, judiciales o policiales con quienes provocaron casi doscientas muertes y tanto dolor, en una jornada que ni yo ni cualquier persona de bien podrá jamás olvidar. ¿Cómo absolver entonces a quienes tratan de lucrarse de aquellas muertes con obras oportunistas, con falsas explicaciones, que sirven a fines ideológicos muy concretos?