Huérfanos
"Cuando la imagen titular de una cofradía, está lejos de su capilla, sometida a un largo proceso de restauración, los cofrades de la hermandad tienen un sentimiento de orfandad, como si les hubieran cercenado una importante parte de su vida".
Al pasar cotidianamente por el lugar donde debía estar la imagen de sus devociones, vuelan mariposas nostálgicas en sus entrañas. Y, aunque los auténticos cofrades no sacan las cosas de quicio y entienden con claridad que la imagen, aunque sagrada, es tan solo un símbolo.
Aunque saben que se puede perder la óptica correcta y sacramentalizar la imagen, como hacen muchos, y llegar a pensar que en ella reside una presencia divina visible e inmediata, sin embargo están congregados en torno a ella y su ausencia les produce un sentimiento de ansiedad, como si faltara algo decisivo en su vida, la referencia que da sentido a todo lo demás.
Nuestro Cristo de la Buena Muerte, nuestro gigante catedralicio, nuestra única referencia vital, ha estado ocho largos meses fuera de Jaén y todos los hermanos blanquinegros nos hemos sentido, en este tiempo, huérfanos de su presencia.
Cuando íbamos a Sevilla para seguir el proceso de restauración, cuando lo veíamos, sin su cruz, en la mesa de restauración, cuando sosteníamos, con profunda emoción, sus brazos desencajados del cuerpo, cuando nos informaban de las técnicas usadas para devolver a la talla su encarnadura primigenia perdida entre capas de repintes y suciedad de lustros, un sentimiento difícil de explicar nos inundaba con la furia de un torrente de montaña.
Y de regreso, contentos por la eficacia del proceso restaurador, sin embargo nos parecía que habíamos dejado atrás lo más importante de nuestras vidas.
Es algo difícil de comprender para quien no sea cofrade, para aquél cuya vida no gire en torno a la devoción de algún misterio de la pasión de Cristo. Porque en la talla de madera, vemos con mirada nueva su luz inefable. Y esto no significa para nosotros un culto idolátrico sino que nuestros sentidos, que forman parte de nuestra fe, nos permiten idealizar la madera de aliso tallada por mano humana - por inspiración divina- y reconocer en la imagen el rostro de Dios.
En este tiempo que nos ha tocado vivir existe un profunda crisis del arte sacro, del arte en general que no es otra cosa que una crisis profunda de la existencia humana. Una auténtica “ceguera del espíritu” como la definía Josef Ratzinger en su tratado sobre las imágenes. Porque la mirada a una talla de Cristo exige una trascendencia de la propia mirada que vaya mucho más allá de la apariencia sensible y descubra en su contemplación al Espíritu Creador.
Pero nuestro Señor de la Buena Muerte, ha vuelto entre nosotros, restañadas sus heridas, afianzada su estructura, recuperadas las características que concibiera en su creación, Jacinto Higueras, y nuestra orfandad se ha transformado en alegría y plenitud. Por eso, el miércoles pasado, al ver su grandiosa verticalidad en la sacristía de la Catedral, en el acto de presentación de la imagen restaurada, teníamos todos los cofrades la misma sensación que cuando recuperamos alguien muy querido por nosotros tras una larga ausencia.
Fue emotivo el acto para todos los asistentes. Los cofrades dimos las gracias de corazón a todas aquella personas o corporaciones que habían hecho posible la restauración, pues para la economía de la Hermandad hubiera sido una carga insoportable. Además se había realizado en un centro de reconocido prestigio en estos menesteres como es el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.
Más tarde, en el impresionante silencio catedralicio lo llevamos hasta su capilla y lo izamos con cariño infinito hasta su dosel escarlata. Mientras rezábamos parecía que todo volvía a ser como siempre. Que estaba donde tenía que estar. Que la capilla no era nada sin su presencia. Ni nosotros tampoco.
Ochenta y tres años congregados en torno a su devoción. Cinco generaciones de cofrades se han sucedido en este tiempo para darle culto y han hecho de su servicio la vocación de toda una vida.
Nuestro Cristo ha vuelto. Ya no estamos huérfanos, lo tenemos a Él. Los cristianos, los cofrades, no queremos ninguna verdad que no sea verdad siempre. Él es la Verdad. La única verdad verdadera, a la que no afecta el paso del tiempo.
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