La política de gestos lo va a inundar todo en los estos meses. Todo nuevo. Nuevas corporaciones locales, con sus nuevos alcaldes o alcaldesas, nuevos gobiernos autonómicos, con nuevos gerifaltes, muchos deseos furibundos de diferenciarse de los anteriores mandatarios y elecciones generales a la vista –hasta con intensos rumores de adelanto a septiembre- son el coctel perfecto para que la política de gestos sea la que campe por sus fueros en esta etapa que estos días comienza.
Decía Karl Popper que las instituciones solas nunca son suficientes si no están atemperadas por las tradiciones. En un país con tan poca tradición democrática como España, que ha estado siempre repleta de golpes militares, pronunciamientos, dictaduras y dictablandas, y que no ha conocido más periodo prolongado de democracia homologable que la que tenemos desde hace cerca de cuarenta años, el factor de la tradición no funciona.
No existe todavía un acervo adquirido, una democracia de usos y costumbres, que es la provoca en los países con tradición que se dimita por copiar una tesis doctoral, por pasar una factura indebida de cuatrocientos euros, por suplantar la personalidad en una multa de tráfico o por ser desautorizado por las urnas.
La falta de tradición nos lleva a estar inventando una democracia que confunde el atún con el betún en las formas de hacer política. Si se tienen conversaciones con los adversarios, malo, pero si es con los aliados, igual. Parece que se está traicionando a los electores. Pero si no se dispone de mayoría para gobernar –y aún teniéndola- ¿cómo se entiende la gente, aunque sean homínidos políticos, que no alcanzan la plenitud del homo sapiens? Creo que no hay otra forma humana de entenderse y comprenderse que hablando.
Pues hablar ya está penalizado en la naciente democracia que confunde el culo con las témporas. El atuendo les ha hecho creer a algunos que están innovando en política. Están en su derecho. La corbata y la chaqueta, o el traje de chaqueta en la mujer y el vestido, se deja para las bodas, `pero nunca para la toma de posesión para un gobierno local o regional. La revolución democrática está reñida hasta con Zara. Todo el mundo está peleado con la chaqueta y Adolfo Domínguez llora ninguneado por las esquinas. ¡El chándal al poder! Pero eso no es relevante en política ni en la vida de la gente. Lo importante es el cambio en las condiciones de vida y trabajo de los ciudadanos.