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El ojo de la aguja

Los puertos, Cádiz-Huelva

Huelva y Cádiz, tanto monta, monta tanto, están obligadas a entenderse desde que Cádiz era Gadir, y Huelva, Onuba

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Ya iba siendo hora de que las ciudades más abandonadas del sur, con su innatas ansias de vida, como las de un recién nacido, vayan saliendo del periodo de limitaciones y extiendan sus tentáculos más allá de la riqueza y el ofrecimiento que de manera incuestionable le ofrece la llamativa actitud geográfica hacía los océanos.

Huelva y Cádiz, tanto monta, monta tanto, están obligadas a entenderse desde que Cádiz era Gadir, y Huelva, Onuba, desde el acento que conlleva la etiqueta incuestionable de hermanamientos arraigados a los vértices del suroeste de nuestra comunidad. Y todo viene a cuento por la noticia que nos llega de que el puerto de Cádiz  va a recibir a través de los océanos miles de visitantes turísticos que tienden a superar todos los parámetros estudiados de esta ciudad cuna de civilizaciones. Y viene a cuento porque Huelva también comienza a despuntar muy sutilmente en este sentido,  pero no sólo  con la presencia de los cruceros guiados por el turismo, sino también por la mano izquierda que recae en la conexión del comercio subyacente como un  sueño que está comenzando a despertar. Una idea que tiene muy presente, no lo dudo,  el presidente de la Zona Portuaria onubense, Javier Barrero.

Y es que el nexo o hermanamiento natural entre Huelva y Cádiz se nos antoja en la posición de dos hermanos que, por los vericuetos de la vida, se ven absurdamente separados y tienen que dar muchas vueltas para verse, cuando son ciudades que comparten las mismas vivencias por su condición marinera y costumbres arraigadas en los latidos más hondos del Sur, desunidas por un hilo limítrofe como si ambas fueran extranjeras. Huelva y Cádiz se abren y se encuentran por la mar, desde todos los ángulos, de manera especial en los laborales, desde el discurrir de los tiempos, a través de esos caminos que ya están hechos en la singladura de los barcos entre las dos provincias. Es como dejé dicho antes, una separación fraterna que cuanto más tiempo pasa, más grandes se hacen los sentires y los lazos de todo tipo entre ambas.

Yo he vivido durante mis largas estancias en Punta Umbría las caras de los pescadores puntaumbrieños cuando regresaban de faenar de las costas gaditanas para abajo, y escuchaba y oía, cuando por este u otro motivo, se veían obligados a arribar en puertos gaditanos, la acogida sin parangón con las que eran recibidos. Algo que, sin formar parte en nada, me gratificaba hondamente al contemplar el semblante de sus rostros curtidos por los soles y los vientos aliseos de la mar.

No quiero dejar por detrás unos versos de un poema de mi libro ‘Cantares marinos y serranos’, y en los que señalo: La gaditana espera/arrobos y anteluces/de manos lisonjeras/¿Para cuándo tu carretera con Huelva?/Que ya barcos han trazado su trayecto con las velas/.Trasmalleros y arrastreros/las singladuras nos dejan/.Cuánta andadura en todo/que claman por naturaleza/la unión de dos provincias/que el arte de la política/atreverse no arregla/.

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