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Patio de monipodio

Racionalidad

Racionalidad” es sentido común, según puede verse, el menos común de los sentidos...

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Racionalidad” es sentido común, según puede verse, el menos común de los sentidos. Tener gustos, preferencias, es algo tan común como lógico y, por lo tanto, racional. Todo lo contrario de intentar hacer ley los gustos y preferencias personales de una persona o de un grupo. La racionalidad, el sentido común, exigen razones -única forma de tener razón- a toda propuesta, muy lejos de intentar imponerse “porque eso es lo que me gusta”, “porque es mi opinión”. Porque cuando una “opinión” pasa a ser imposición ó sentencia, o siquiera lo intenta, ha dejado de ser opinión. Pues algo tan simple es ignorado por una gran mayoría, nada silenciosa, pero muy licenciosa, en el sentido de tomarse licencias para imponer su personal criterio. Es como decir “en mi ‘humilde’ opinión deberían prohibirse los gatos”. O las carreras pedestres; ó las ferias. De semejante “opinión”, líbranos señor.

Menos mal que, por fin, las manifestaciones antitaurinas han “salido” de Sevilla y ya se empiezan a repetir en otros lugares. No porque celebrarlas en más sitios sea positivo, sino porque asomaban demasiados plumeros cuando esta era la única ciudad receptora de protestas contra la tauromaquia. Porque aquí reside el “quid”. Cuando la nobleza practicaba el lanceo del toro y la gente disfrutaba con tan bestial costumbre, un chaval apodado “Costillares” se enfrentó a la afición y a los practicantes. Y disminuyó y casi hizo desaparecer el tormento a que eran sometidos los animales. Se enfrentó y ganó. Ganó porque gustó. Dio nueva forma, creó el toreo; otra cosa, sin relación con la tortura de lancear a los toros. Ahora, ante quienes se declaran antitaurinos, es conveniente acordarse de Costillares. Él no terminó con la fiesta: la cambió tan radicalmente, que creó algo nuevo y distinto. Sólo la práctica posterior, con la falta de valor y destreza de muchos toreros, ha revertido en parte el deseo humanizador del creador del toreo actual.

Resumiendo: es posible seguir celebrando corridas sin infligir daño al toro; algo de lo que los antitaurinos no quieren ni oir hablar. Pues, aunque presumen de humanitarios, de “negarse a la tortura del animal”, en realidad no aceptan cambio: sólo están conformes con la supresión plena de la tauromaquia. Estar contra el sacrificio animal es una cosa. Otra muy distante es estar contra una práctica de la que, entre otras cosas, viven cientos de familias. Y no se trata de justificar la tortura al toro en el sueldo de esas familias. Se trata de que es posible mantener esos puestos de trabajo sin hacer daño al toro. Y muy difícil creer en el “humanismo” de quien no se le oye protestar contra el consumo de foie-gras, ni el de carne de animales criados en jaulas, ni el de huevos de gallinas sometidas a la tortura de no poderse mover ni defenderse del ataque de alimañas. Ni contra el aceite de palma, responsable del retroceso de la selva, de la pérdida de lluvias y de la miseria y muerte de miles de personas.

Quien no lo quiera ver, sólo estará demostrando que en realidad no le preocupa el daño que se pueda hacer al animal, sino sólo y exclusivamente acabar con una fiesta, con un entretenimiento, con un atractivo que, además, da de comer a mucha gente.

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