Ha vuelto a ocurrir, de nuevo un torero pierde la vida en la plaza en acto de servicio, y van dos los matadores de toros que caen en el albero en lo que va de siglo. El siglo pasado de los 134 profesionales del ámbito taurino fallecidos, 33 fueron matadores de toros. Figuras de renombre como Paquirri y Yiyo, y, aunque por un infortunio y fuera de las plazas, Antonio Bienvenida. Todos marcharon con el respeto que merece cualquier ida y con la crítica, merecida o no, que le brindaron los más o menos allegados pero siempre desde el más absoluto respeto. Los tiempos avanzan y todo no parece que lo haga en la misma dirección. El Siglo XXI arrastra a dos malogrados maestros, Victor Barrio y, desde el pasado sábado, Iván Fandiño, y las reacciones que se han producido en las distintas redes sociales no han pasado para nadie desapercibidas. Eso sí, desde la más asquerosa, ruin y cobarde posición, desde el anonimato de una pantalla y un teclado, sin dar la cara a sabiendas de la poca valentía que manejan. Sin entrar a valorar más allá de lo que supone el cómo fallece un torero y las consecuencias personales y familiares que acarrea, como en cualquier familia que se pierda a un ser querido, más allá de mancillar la imagen del fallecido y herir los sentimientos de Raquel y Cayetana, sus viudas, en los momentos más duros que puede estar pasando una persona, más allá de la defensa que unos y otros hagan del toro, o más allá de la ideología que defienda cada cual. No podemos dejar de poner el dedo en llaga sobre quienes hacen este tipo de comentarios y la facilidad que les brindan las diferentes plataformas de comunicación para “berrear” lo primero que se les viene a la cabeza. Imagino los inicios de la tauromaquia, allá por el Siglo XII, y me cuesta pensar que, por entonces, los ideólogos decidieron implantarla porque sí, “hoy vamos a imponer la tauromaquia, porque nos sale de los “winflis” Desde la Edad de Bronce tuvo su proceso en el mundo del momento y fue evolucionando en una u otra dirección, según fuese el país adoptante del espectáculo. Idea o procedimiento que en nada se asemeja a quienes actúan para abolirla, empleando malas artes, acciones de mal gusto o emponzoñando a quienes civilizadamente optan por elegir los caminos más lógicos, como el de no asistir a una lidia o emplear los canales que la ley les permite para expresar sus intenciones. Pero seamos realistas, más de allá de este marketing de películas de chinos, tufa que haya detrás una campaña en contra de la alargada sombra de gran país que la marca España provoca. Sombra que se hace aún más grande cuando sus hijos caídos son vilipendiados por cuatro cobardes que se empañan en inundar de gloria la historia de nuestro país. Puerta grande Maestros.
El trampantojo
¡Porque sí!
El Siglo XXI arrastra a dos malogrados maestros, Victor Barrio y, desde el pasado sábado, Iván Fandiño
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