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La tribuna de El Puerto

Los aprendices de agnotólogo

La agnotología estudia la ignorancia o duda culturalmente inducida, especialmente a la publicación de datos científicos erróneos o tendenciosos

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Hoy más que nunca, la información y el conocimiento están al alcance de la mayoría, pero el conocido aforismo “nunca te acostarás sin aprender algo nuevo” ha llegado al extremo de que no solo aprendamos cosas ciertas, sino que apenas sin darnos cuenta nos “empapamos” de buenas dosis de tópicos y falsedades.

Pero no nos engañemos, eso ha ocurrido siempre, como demuestra el que a lo largo de la historia tantísima gente se haya dejado llevar por fanatismos basados en creencias religiosas, demagogias políticas y postulados pseudocientíficos.

La necesidad actual de estar informado, de conocer, ha hecho proliferar a una nueva casta social, formada entre otros por esparcidores de información (verdadera o no), creadores de opinión (con o sin fundamento), críticos (con o sin motivo) e influenciadores (con o sin valía).

Su actuación, unida a la tiranía ejercida sobre la información por filtros tan peculiares como el de lo políticamente correcto, abona el terreno para que la desinformación campe a sus anchas.

La ausencia de conocimiento o su sustitución por uno falso, hunde al individuo en la desinformación, en una ignorancia que no es buena en sí misma, pero que goza de la dudosa disculpa de no tener malas consecuencias para aquel que no se relacione con lo que desconoce.

Pero la cosa cambia muchísimo si la información errónea o incompleta trata sobre algo que nos afecte directamente, como son los asuntos en que nos jugamos la salud, tales como las vacunas o el tratamiento de enfermedades con alto índice de mortalidad.

El engaño se agrava especialmente cuando el que difunde la información falsa o sesgada, se vale de la agnotología para conseguir sus fines, sean políticos, lucrativos o simplemente de lucimiento personal.

La agnotología estudia la ignorancia o duda culturalmente inducida, especialmente a la publicación de datos científicos erróneos o tendenciosos.

Lo diré como lo siento: Sean profesionales titulados, actores famosos o tertulianos, los que obvian datos científicos contrastados para difundir otros que no lo son, se  amparan en su posición mediática para aportar opiniones sin fundamento, y aleccionan al público con falsos postulados pseudocientíficos, son unos individuos peligrosos para la sociedad.

Para preservar nuestro derecho a no sufrir las consecuencias de los engaños perpetrados por esa sarta de charlatanes (con intereses económicos o simplemente estúpidos), opino que las leyes deberían regular su discurso público, impedirlo cuando pueda perjudicar la salud de quienes los escuchan, y sancionar los daños que se deriven de ellos.

Me alegraría mucho enterarme de que alguno de los que esparcen estupideces científicas se siente aludido, e incluso ofendido por mis palabras. Los experimentos en casa y con gaseosa.

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