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El pobrecito hablador

Pisadas en la Luna

Los ciudadanos no somos cobayas con las que experimentar; más al contrario, debemos ser los que manejan los microscopios y los tubos de ensayo

Publicado: 31/07/2018 ·
12:45
· Actualizado: 31/07/2018 · 12:46
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  • Sí Iker, el hombre llegó a la Luna. -
Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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No hay posibilidad de confusión: la fe es creencia, es la que nos permite apostar por lo que no podemos ver ni tocar, mientras que la ciencia es dato, y se basa en el experimento, la observación, lo tangible.

Es por esto que me sorprende que, a estas alturas del siglo XXI, aún haya excépticos que duden ante la evidencia de aquello que pueden tocar, ver, oír, como la llegada del hombre a la Luna, o la esfericidad del planeta que habitamos, y creen a pies juntillas en el poder fertilizante de una paloma anunciadora, por muy angelical que se nos presente.

La fe va más allá de lo puramente religioso; depositamos nuestra ciega confianza en determinadas personas, sin tener en cuenta la posibilidad de que, por su carácter humano, también pueden tener oscuras pasiones e intenciones. Nos aferramos a que la realidad miente, que los datos son sólo espejismos que tratan de engañarnos mediante teorías conspiratorias. Porque reconocer la verdad nos haría destronar mitos ya destronados.

La ciencia es curiosa, quiere investigar, destapar, desvelar, retirar las cortinas y que salga a la luz hasta el último dato, aunque eso nos haga perder la fe. Y la política debe ser más ciencia que religión; la democracia ha de tener ese mismo espíritu iluminador que retire las sombras y deje al descubierto toda la verdad, por amarga que pueda resultarnos.

Los ciudadanos no somos cobayas con las que experimentar; más al contrario, debemos ser los que manejan los microscopios y los tubos de ensayo. Debemos pedir y exigir que no existan secretos en manos de unos pocos, asuntos ocultos por un mal llamado bien común, el temor a que el conocimiento puede hacernos daño como sociedad.

Yo tengo la firme creencia de que es justo al revés, que una sociedad es más sana cuanto más transparentes sean su gobierno y sus actos. Que nadie, por muy alto que haya sido su posición, ha de estar fuera del foco ni protegido por leyes medievales de inviolabilidad. Que no deben existir listas guardadas en un cajón bajo llave, ni comisiones en las que se debate entre susurros, no vaya a llegar a oídos del histérico ciudadano de a pie información alguna que haga temblar los pilares de la fe y provoque la caída de dioses con los pies de barro.

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