Josep Colom (piano)
Obras de Chopin y Liszt
Teatro Infanta Leonor, 21 de Noviembre de 2008
Ya ha llovido desde que en 1977 un barburdo y prometedor pianista catalán se alzara con el Premio Jaén de Piano. El pasado viernes regresaba a la ciudad que lo encumbró por primera vez, y nadie, ni el público ni la clase política de la ciudad, se acordó de él. ¡Qué foto más hermosa se han perdido! La urbe que lo descubrió ahora le daba la espalda. Y es que, apenas fuimos testigos medio centenar de sufridos melómanos del recital que nos regaló un memorable e inspiradísimo Josep Colom. Este pianista es musical hasta en su forma de andar. Un “hombre tranquilo”, de esos que no aparentan todo el arte que llevan dentro y que nos regaló un concierto inolvidable. Los compositores elegidos, dos verdaderos colosos del instrumento-rey: Chopin y Listz. Tanto monta, monta tanto.
El Chopin de Colom es descarnado y reflexivo, de enorme belleza formal y espiritual, de un sonido mimado y cuidado en su más mínimo detalle, repleto de claroscuros y de una emoción desbordada, digno de un “bel cantista” del piano como es él. Los dos hermosísimos “Nocturnos” con que arrancó el recital, estuvieron muy bien cantados, con unos “tempi” pausados y reflexivos, dejando una agradable sensación de flotación en el oído, de un subliminal y constante fluir de agua. Apabullante sonido en su “Barcarolla”, repleta de lirismo y delicadeza en sus juguetonas melodías. Fascinantes sus dos Baladas, sobre todo la primera, con una lectura muy personal, repleta de pasión y belleza. La cuarta, delicada e íntima, pero poderosa y torrencial a la vez.
Jamás pensé volver a encontrar petróleo en una sonata tan trillada por mis oídos como es la de Franz Liszt. La elegancia hecha carne. Colom manejó magistralmente todos los tiempos de este monumento pianístico (salvo algún desliz en la fuga). Dejó siempre que la música respirara, que se transfigurara y se hiciera forma, en simbiosis perfecta con el sonido, haciéndonos descubrir cosas que ni imaginábamos existían en la partitura. ¡Qué silencios tan reveladores! ¡Qué descansos más reflexivos! Estoy seguro, que nunca se ha escuchado en esta antimusical ciudad, una sonata de Listz de este calibre y de este calado emocional.
En las propinas más de lo mismo. Dos deliciosos Preludios chopinianos (el Op. 45 y el Op. 28/XXIV), para acabar con un ramalazo de genio, al concluir, después de tantos fuegos artificiales, con una delicada miniatura mozartiana. Tras la tempestad siempre llega la calma. Sólo los genios son capaces de mezclar agua y aceite tan prodigiosamente. Por cierto, ¿dónde se metieron el viernes los melómanos jiennenses, los amigos del Premio Jaén de Piano o los integrantes de Asociaciones Culturales de esta ciudad… para perderse tan inolvidable encuentro musical? Parece ser que es cierto, eso de que la miel no está hecha para la boca del asno.