kadare, no Kadaré, que es un acentuación galicista. Ismail Kadare nació en la localidad albanesa de Gjirokastra (Argirocastro) el 28 de enero de 1936, en el seno de una familia musulmana nada fundamentalista. En esa misma ciudad vino al mundo, en 1908, Enver Hoxha (también en una casa de credo islámico): máximo dirigente de la Albania comunista en la edad de oro del socialismo real; es decir, del realismo mágico, del realismo espiritista de ‘la noche de los relámpagos’ de André Breton. No puede entenderse la literatura de Kadare sin esa fuente de la que surge su más electromagnética energía: el régimen inverosímil y providencial del camarada Hoxha, al que se suman las leyendas, la poesía épica, las horribles tinieblas y el espantoso desbarajuste de un país tan fantástico que no parece de este mundo ni del otro, si es que éste último existe. Hoxha habitaba el alma de Kadaré desde el principio de los tiempos. Dios nos asista.
Kadare ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009. En el acta de concesión se decía que el escritor albanés “narra con lenguaje cotidiano, pero lleno de lirismo, la tragedia de su tierra, campo de continuas batallas. Dando vida a los viejos mitos con palabras nuevas, expresa toda la pesadumbre y la carga dramática de la conciencia. Su compromiso hunde las raíces en la gran tradición literaria del mundo helénico, que proyecta en el escenario contemporáneo como denuncia de cualquier forma de totalitarismo y en defensa de la razón”. Muy bonito: pero que texto más lacrimógeno, pedante y anacrónico.
Kadare forma parte de esa lista interminable de eternos aspirantes al Nobel cuyos miembros, probablemente, no lo recibirán nunca (quién sabe). En España hemos tenido suerte con este magnífico escritor que es Kadare. Aquí tenemos (aunque parezca mentira) a uno de los máximos conocedores de la lengua albanesa que hay en el mundo (aparte, claro, de los albaneses): Ramón Sánchez Lizarralde. Los españoles podemos acceder unas versiones, auténticamente esmeradas y fidedignas, de las obras de Kadare. Es un placer leerlo. Recomendaciones: El Año Negro; Abril Quebrado; El Palacio de los Sueños: considerada su obra maestra); Los Tambores de la Lluvia; La Pirámide; Spiritus; Flores frías de marzo; Noviembre de una Capital; El Cortejo Nupcial Helado de la Nieve; Frente al Espejo de una Mujer; La hija de Agamenón; El sucesor, etc.
Kadare habla en sus libros sobre la Albania que él vivió; sobre el polvorín que siempre ha sido y será la Europa Blacánica. Pero esta materia está universalizada porque el fondo de sus narraciones se centra en el poder (el poder totalitario), en la angustia que generan los poderosos, en el miedo, en la capacidad de reacción ante los abusos de la burocracia kafkiana (todas las burocracias son kafkianas). Kadare conoce el paño porque en una fase de su existencia apoyó al sistema de Hoxha.
Fue diputado en la Asamblea del Pueblo (parlamento albanés) en los años setenta. Más tarde, cuando vio que la cosa iba al desastre, se hizo disidente y se exilió en Francia. Defendió a los albanokosovares por aquello del paisanaje y porque era, de cara al Occidente ultraliberal, un pasaporte a la fama, al reconocimiento, al euro. Su literatura, sin embrago, fascina por la superposición de planos en un soberbio alarde de estilo espiritista: la tradición helénica, la épica albanesa, la Segunda Guerra Mundial, el potaje de su abuela Filomena, el Partido del Trabajo de Albania, Stalin, Mao; luego la autarquía, el aislacionismo, la muerte de Enver Hoxha, Ramiz Alia, la democracia de las alcantarillas (que también él ha denunciado), la miseria (no la pobreza), la emigración y el sálvese quien pueda.