Son más recurrentes en estos tiempos términos como prevaricación, caja B, malversación, comisión o cohecho. Pero pocas veces despertamos ya en los medios con titulares sobre el tráfico de influencias, tan común hace unas décadas. La elección de Córdoba para acoger la base logística del Ejército, el conocido Plan Colce, tiene, a priori, mientras el Gobierno no diga nada más, los tintes de este presunto tráfico de influencias. Pero en esta ocasión no se trata de un amigo o un familiar, sino de un territorio concreto. La gravedad de que el Ministerio de Defensa haya descartado la candidatura de Jaén para albergar esta infraestructura no recae en el hecho en sí de la negativa. En una competición hay que estar preparados para perder, incluso cuando el ganador es un invitado de última hora. El problema es la falta de transparencia en la decisión y la ausencia de explicaciones de peso por parte del Gobierno de España para señalar a Córdoba como beneficiaria, por encima de candidatas como Jaén o Toledo. Y sobre todo, que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, haga ostentación pública de que el proyecto se va a su tierra. “Va a ser para nuestra ciudad, para nuestra provincia, es una esperanza para activarnos, para generar empleo y algo que yo quería para mi tierra. Se lo tengo que agradecer mucho al presidente del Gobierno, que ha sido sensible a una ciudad y a un territorio como el nuestro”, dijo textualmente sin el más mínimo escrúpulo político.
Si no hubiere una motivación y explicación técnica de peso en los próximos días, no podemos hablar más que de un presunto tráfico de influencias para beneficiar a la tierra de la ministra Calvo y un presunto cobro de una comisión, no económica, pero sí personal y moral hacia la ciudad a la que posiblemente volverá.
La llamada de la secretaria de Estado de Defensa al alcalde el 24 de diciembre para solicitarle financiación fue resuelta de forma diligente y comprometida en los siguientes días y comunicada al Gobierno. Junta, Diputación, Ayuntamiento y Universidad avalaban esa financiación, completa, y a través de fondos, una parte, que después el Gobierno de España facilitaría con determinadas ayudas. De este modo Defensa tenía resuelto de un plumazo el proceso administrativo de la financiación. El alcalde habló con los interlocutores del resto de administraciones para firmar el acuerdo en los siguientes días, antes incluso de que acabara el año, pero no hubo diligencia. No se remató la faena. Así, en la reunión mantenida el día 10 de enero ya se les trasladó la intención de que Córdoba se presentaría, tal y como hizo tres días después. La Junta ya estaba al tanto tras haber apoyado explícitamente a Jaén tras la apuesta cocinada desde Ciudadanos, personificada en la edil María Cantos y llevada al Parlamento por la diputada Mónica Moreno. El consejero Juan Bravo defendió con solvencia en una de las reuniones la candidatura de Jaén. Pero la Junta ya se había desdoblado con la opción de Córdoba. Su apuesta debería haber sido unívoca hacia un solo territorio andaluz. No se pueden presentar las candidaturas de Madrid y Barcelona a unos Juegos Olímpicos, para que decida el Comité Organizador. O una u otra.
Ahora todos nos sentimos agraviados, ignorados, heridos, pero es en este momento cuando la sociedad civil debe manifestarse con la madurez y la sensatez de la que muchas veces adolece. El argumento de que no tenemos peso político en Madrid es una forma de perpetuar la influencia de las provincias y los territorios según el ministro o altos cargos que tengamos. Eso es una disfunción política reprobable. Las inversiones y el desarrollo de los territorios no deben depender de la representación que cada uno tenga en el Gobierno, sino de una estrategia para que los más desfavorecidos converjan.
Y por último, este suceso debe también hacernos reflexionar de cuál debe ser nuestro papel activo en el futuro de nuestra tierra. No podemos seguir pretendiendo que todo lo bueno que llegue a Jaén dependa de fuera. Hemos victimizado nuestra acción, nuestra idiosincrasia. Nosotros debemos conducirnos libres y responsables hacia nuestro futuro y no esperar al maná que caiga del cielo. Eso sí, hay muchos momentos en los que no puedo evitar, señora Calvo, a la que aquí recordamos por su inacción en el Museo Íbero, acordarme de mi admirado Fernando Fernán Gómez y de una de sus frases más célebres.