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Jueves 18/04/2024  

Sindéresis

Ippon

Yo mismo he sido engañado por una federación de este arte marcial, pero entiendo y acepto la labor que hacen por el deporte.

Publicado: 08/08/2021 ·
21:35
· Actualizado: 08/08/2021 · 21:36
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Casi todos saben que el karate es un arte marcial que nació en Japón, más moderno que el kung fu, y que servía a los campesinos, a los que se les prohibía poseer armas, defenderse de los desmanes de los señores de la guerra. Casi todos saben que karate do significa «camino de la mano vacía», lo que implica que el honor en el desarrollo de esta disciplina radica en no esgrimir armas. Casi todos saben que en el karate tradicional se hace un juramento que tiene que ver con lo anterior, y que se saluda al maestro del dojo, y que hay tres grandes escuelas. La escuela del Shotokan, del tigre, fundada por Gichin Funakoshi, es la escuela a la que yo pertenezco.

Lo que no sabe casi nadie es lo que significa todo lo anterior cuando lo interiorizas, el sentido de la responsabilidad personal que transmite. Al federalizar las escuelas para tener a los alumnos asegurados y poder participar en competiciones, se pierde el sentido por el que solo existen dos cinturones: el blanco y el negro. O eres alumno o eres maestro. Se divide este proceso en multitud de colores que la impaciente mentalidad occidental puede comprender, escalones en una progresión que diferencia a unos alumnos de otros creando una jerarquía que se asienta en dos variables: el tiempo y el acierto. Debes dejar pasar un tiempo concreto entre cada examen y debes aprobar un examen cada vez más exigente, previo pago, claro está. Tienes que pagar para tener derecho a examinarte. La federalización del arte marcial es, al mismo tiempo, su mercantilización, pero imagino que no hay otra manera de hacer las cosas, porque el mundo occidental necesita competiciones, y estas competiciones están sustentadas y organizadas en federaciones que necesitan dinero. Tampoco es como si los japoneses no fuesen competitivos, ¿verdad?

Todo es añorable, todo es mejorable, todo es susceptible del cambio y de la protesta, y todo lo que sufre cambios que no nos gustan acaba instalándose en el imaginario colectivo como algo en decadencia; pero no creo que sea cierto, o no del todo. Yo mismo he sido engañado por una federación de este arte marcial, pero entiendo y acepto la labor que hacen por el deporte.

Lo que nunca me cabrá en la cabeza es el tiempo que ha tardado el karate en ser una disciplina olímpica, por qué se ha admitido hace tanto tiempo el judo, el boxeo o la lucha grecorromana. Algo debía pasar a nivel federativo, a nivel sucio, a uno de esos niveles que te hacen desear de que el karate no hubiese salido del dojo. En cualquier caso, me alegro infinito de que lo hayamos tenido en los Juegos Olímpicos de Japón 2021. Soy consciente y respeto todo lo que significa el arte marcial tradicional, la división entre blanco y negro, el autoconocimiento como objetivo, y todo eso, pero no puedo evitar, ni quiero evitar, mi occidente. Mi cultura grecorramana. Y esa intuición infantil que me decía que la mejor sensación del mundo debía ser estar de pie, frente a tu oponente, el pabellón en expectante silencio, y que el árbitro te señalase con la mano en dirección al pecho y dijese: ¡Aka, ippon, hajime! Y saber que todo el sudor, el dolor y la disciplina habían merecido la pena por ese instante. Eso, al fin y al cabo, significa otra famosa expresión japonesa, banzai: «estaría dispuesto a cambiar este momento por toda la eternidad». Honor y gloria para los que portan la llama, hoy, por fin, con el tigre en el pecho.

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