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Sábado 27/04/2024  

El cementerio de los ingleses

Al 2024 le pido...

El triunfo de la cordura sobre la polarización es algo que no sé si pedir al año nuevo o a la Virgen de Lourdes

Es muy común hacer propósitos para el año nuevo cuando la Nochevieja se acerca. Dejar de fumar, apuntarse al gimnasio (incluso ir, que no se diga), leer más o aprender coreano. Todos los años los mismos propósitos y, lo que es más grave, por las mismas personas. Ya no sé si es cuestión de no cumplir los propósitos para volver a formularlos el siguiente año, por eso de preservar las tradiciones, o es que pedimos al nuevo año que nos dé cosas que tenemos que trabajar por nosotros mismos. Así, al menos, cuando no se consiga alguna de estas metas, siempre tendremos a quién culpar: «no ha sido mi año, no».

Yo prefiero formular esos deseos que no están a mi alcance. Es decir, como quien reza al dios en el que crea, me agarro a algo cuando veo que no está en mi mano que esos anhelos lleguen o no. Por ejemplo, nuevos éxitos en mi carrera literaria: está en mi mano escribir buenos libros y hacer mucha promoción en redes sociales (cuando no se tienen muchos recursos publicitarios es lo que toca), pero al final no depende de mí que cada lector decida o no dar una oportunidad a cada libro y apostar diez o doce euros por cada propuesta que planteo en cada obra. Sin embargo, hay otras cosillas (nada, pequeñeces) que también pido al año que acaba de entrar.

El fin de la barbarie israelí en Palestina es algo que, lejos de estar en mis manos, también parece estar lejos del alcance de la comunidad internacional. Las continuas declaraciones de cara a la galería de los distintos gobiernos del mundo resultan tan tibias que el genocida Netanyahu las ve como picaduras de mosquito: incómodas, pero nada más. Prácticamente se podría decir que se las sacude mientras indica a sus generales dónde se han dejado un área sin bombardear y algunos niños vivos que podrían ser de Hamas. Mientras, asistimos a la ironía de ver cómo los sectores ultraconservadores se posicionan con Israel mientras dentro de su catolicismo adoran a un palestino crucificado.

El triunfo de la cordura sobre la polarización es algo que no sé si pedir al año nuevo o a la Virgen de Lourdes, aunque el no ser creyente me deja claro qué opción me queda. Hemos visto cómo una panda de anormales apaleaba cual piñata a un muñeco que representaba la figura de Pedro Sánchez. Igual de anormales que los que colgaron un muñeco de Díaz Ayuso o de Santiago Abascal. Esta agitación de masas, apelando a la víscera y no a la materia gris, es la mejor muestra de la condena a repetir la historia por el desconocimiento de la misma: están creando la crispación necesaria para volver a tiempos que sabemos funestos y creíamos superados. El hecho de que alguien hable de colgar por los pies a un líder político (siendo, además, otro dirigente de un partido), de que unos vejestorios planteen «fusilar a 26 millones de hijos de puta», otros nostálgicos pidan al Rey que tome el poder al mando del ejército (golpe de estado, se llama) mientras acusan de golpistas a otros por llegar a acuerdos parlamentarios, se sigue suavizando como si nada, pelillos a la mar. Y mientras, se ha producido el asedio a las sedes de una formación política, el acoso a un vicepresidente del gobierno y el envío de balas durante la campaña electoral. ¿Qué tiene que pasar para que alguien detenga esta locura?

Otra cosa que está totalmente fuera de mi alcance es que mis paisanos puedan vivir dignamente. Que cualquier contexto sirva para encarecer los productos básicos es de traca, pero que no haya una supervisión estatal sobre precios abusivos y que no compensan los sobrecostes derivados de dichos contextos sino que, además de eso, aumentan los márgenes de beneficio. Ya dijo Gabriel Rufián que, si en prácticamente en todas las cadenas de supermercados el aceite de oliva está a nueve euros, probablemente la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia tendría algo que decir. ¿A qué esperan? ¿Quién impide que esto ocurra? ¿A qué precio lo impide?

Estos son sólo algunos ejemplos de esos deseos que están fuera de nuestro alcance y que entiendo que los pidas a tu dios, al universo o al año nuevo. Lo de dejar de fumar, ir al gimnasio o usar un libro para algo más que calzar la mesa, te toca currártelo tú. Feliz Año Nuevo.

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