En verano la mayoría de los mortales retoma el hábito de la lectura que por motivos laborales no pueden mantener durante el resto del año. Esa es la razón que habitualmente dan cuando se les pregunta por los planes vacacionales. Una razón que puede sonar a excusa, en base a que una buena parte de esta mayoría o toda ella es aficionada al fútbol y los partidos que, desde hace varios años se disputan casi a diario ocupan la mayor parte del tiempo de ocio. No se trata de atacar al deporte rey ni de criticar el orden de las preferencias, ni mucho menos, pero si somos sinceros cuántas veces hemos oído eso de “me encanta leer pero ahora no tengo tiempo porque con el fútbol…” y dejan la frase colgando, como esperando una coletilla o la complicidad del interlocutor. Y tienen razón porque los partidos comienzan a la hora de la cena, con la previa, y se prolongan hasta que la media noche se alarga con campanadas solitarias, añadiendo una a la anterior, porque los debates y las tertulias resultan más interesantes que el propio encuentro. Y, claro, cuando los comentaristas callan, al espectador no le quedan ganas de coger un libro sino de soñar con él. De todas formas, el hábito de la lectura no llega a perderse del todo, siempre queda algo de esa bendita adicción que nos puede llevar a cualquier sitio sin abandonar el sofá. Y ahora, en vacaciones, lo único que hay que hacer es encontrar el momento para compaginar lectura y tele, mucho más fácil desde que los e-books aportan tanta facilidad en el traslado.
La lectura que se busca en vacaciones es aquella que por encima de todo ofrece o garantiza el entretenimiento. El lector prefiere la evasión, estar en ese lugar que lo aísla de la realidad, que lo aprisiona en el mundo imaginario que habita en el interior de una novela. Más o menos es lo que indicaba Ortega y Gasset en las “Meditaciones del Quijote”. Si partimos de este principio para analizar lo que nos da el panorama literario, las opiniones no podrían recogerse en este espacio. Precisamente este fue uno de los comentarios que surgieron en un homenaje a la lectura al que fui invitada días pasados junto a Dina, Paco, Alfonso e Iván. La secuencia del acto consistió en leer un fragmento y explicar brevemente por qué lo habíamos elegido. Muy interesante, pero más lo fue la tertulia que se inició a su término porque hablamos de libros, de títulos inolvidables, de autores favoritos, de textos idealizados, de argumentos densos, de capítulos sobrantes y de cuánto oficio hay en un trabajo firmado por una pluma famosa. Inmediatamente salieron los negros del escondite. En casa, al disponerme a leer un rato no pude menos que reparar en el volumen de más de setecientas páginas que abro todas las noches desde hace un par de semanas. No pude evitar pensar en cuántos habrían sido los elegidos. Al retomar el hilo de la historia mi inquietud quedó relegada por mi aislamiento, por mi ubicación en ese horizonte alejado de mi inmediata realidad, un horizonte imaginario pero posible. Y comprendí que ya sean uno o varios los que se encierran en un libro, lo que me seduce es el placer de su lectura, de sentirme parte de ese mundo que se abre para mí, con olor a tinta y el crujido breve y susurrante del paso de las hojas. El análisis y la búsqueda vienen con la relectura imprescindible, la que nos descubre lo que en un principio nos vela el interés por la trama, la peripecia y el desenlace. Todo tiene su momento.