Es imposible ignorar el medio siglo que ha transcurrido desde la primera película del espía más carismático de la historia del cine, nacido casi diez años antes de la pluma de Ian Fleming. James Bond fue para él, lo que Watson para Connan Doyle, sin embargo cuando “007 contra el Dr. No” vio la luz hubo muchas dudas sobre su éxito.
El cine tuvo bastante que ver en ello, no sin sopesar el factor riesgo, pues lo mismo que causó efecto catapulta, bien podría haber ocurrido todo lo contrario. Con un modesto presupuesto, grandes dosis de ingenio y toneladas de ilusión, la película consiguió ser el quinto título más visto del año 1962, recibiendo todo tipo de críticas, siendo la revista Variety la que vaticinó el comienzo de la larga serie que ha convertido al espía en leyenda.
Oír “Me llamo Bond, James Bond”, resulta evocador y hasta cierto punto nostálgico, pues asociamos esta presentación a una figura atlética y varonil concreta, que ha tenido dignos sucesores, pero ninguno le ha dado la personalidad que le imprimió Sean Connery. Roger Moore lo sustituyó los resultados fueron muy interesantes, pues supo apartarse totalmente de su antecesor.
A su favor llevaba los siete años que interpretó al Santo, serie del mismo año que la película y que, dicho sea de paso, era como un “bond” televisivo con el disfraz como recurso. En cualquier caso, ha resultado encantador volver a estar frente a “007 contra el Dr. No”, ver aquella máquina que echaba fuego mientras se movía, dejando surcos en la arena de una solitaria playa jamaicana, lugar donde poco antes había despertado Bond entre las notas de una canción susurrada por una voz femenina. La sorpresa del espía fue tan grande como la de los espectadores, al ver aparecer a la fuente emisora hecha mujer, una escultural Úrsula Andress nada menos que en bikini y con conchas en las manos, todo un atrevimiento para la época, porque la escena, con un alto contenido erótico, la comparaba, además, con la diosa del amor. Si las chicas Bond han sido imprescindibles para el Agente, el lucimiento, el brillo y las volteretas se las han proporcionado los villanos.
¿Qué habría sido de Bond sin Spectra, sin el maquiavélico Dr. No? Joseph Wiseman encarnó al primer cerebro malvado afanado en causar un caos mundial, un actor con rasgos orientales, con casi dos metros de estatura que, después de varias películas se dedicó al teatro, trabajo por el que quiso ser recordado y no lo consiguió. Y es que lo mismo que Bond se asocia a Connery, Spectra tiene el rostro de Wiseman.
En estos días y coincidiendo con este singular medio siglo, se ha estrenado la última entrega, Skyfall, con Daniel Craig, merecedor del relevo que, según la crítica, está haciendo un buen trabajo. El villano en esta ocasión es nuestro Bardem y las fotos de ambos han salido en todos los periódicos y revistas como testimonio de la presentación y la buena sintonía que hay entre ambos. Sólo falta ver la cinta.
La hablilla se ha escrito horas antes de su estreno, por tanto es imposible anotar conclusiones, sin embargo entre todo lo consultado, he leído con horror que Bond ha sustituido su particular y elaborado “Martini mezclado, no agitado” por una cerveza. Bien está que los villanos sean otros porque tiene licencia para matar, que a las chicas las enamore en el lugar donde vive sus aventuras, pero ese cóctel es parte de sí mismo, como su pistola, Moneypenny o la música de cabecera. ¿Qué será de Bond sin su Martini?