Pocas fechas quedan ya para la celebración de otra Navidad, un tanto distinta por la flaqueza –o la “endeblez”- que ha traído el otoño. Está adelgazando a pasos agigantados pero las consecuencias las venimos sufriendo desgraciadamente desde hace tiempo y sin visos de columbrar siquiera un rayo de esperanza. Ésta se encuentra tan lejos que se antoja olvidadiza, con el verdor sobado, gastado, severamente mateado.
Su imploración es el consuelo de los débiles, dicen los espabilados con cierto aire de pragmatismo, pero lo cierto es que se escapa, sale de los labios cada vez con más frecuencia. La situación se ensombrece día a día y a menudo leemos noticias sobre los medios que proponen algunas mentes para salir adelante, ideas tan originales que conmueven. Es en este renglón donde la reflexión se abre paso dando codazos suaves. Con la serenidad de la madurez golpea sin puños, sin embargo escarba profundizando más cada vez.
La herramienta es la imagen y escoge las emitidas por la televisión. Los espacios de noticias hace meses que tiene el mismo sumario, al que se añaden las víctimas anónimas que no han visto otra salida que el suicidio ante la impotencia de evitar un desahucio. Todo se olvida con el espacio deportivo, el contrato millonario del nuevo jugador y la cara triste del veterano, tal vez porque no hay poeta que le cante a su frustración. Pero todo parece olvidarse en cuanto acaba la previsión meteorológica. El estado de las pistas de esquí, el sol, el viento o la esperada lluvia aclaran el sendero de los anuncios, treinta segundos cada uno, donde encontrar la solución a cualquier cosa.
La limpieza se oferta ayudada por el aspirador que trabaja solo, un pequeño robot redondo que parece prodigar caricias al suelo mientras limpia; ordenadores personales del tamaño de las manos de un tierno infante para que aprenda la olvidada mecanografía; video consolas que convertirán al usuario en el sucesor de Djordje Prudnikoff; coches impresionantes cuya conducción debe de ser unan delicia; lugares tranquilos, paraísos perdidos, comidas suculentas, colonias fragantes, maquillajes perfectos, vestidos de firma, cosas que pueden tenerse con facilidad, con sólo teclear el número de teléfono que, como un hada madrina, hará realidad estos deseos, caprichos las más de las veces, a juzgar por las caras alegres e ilusionadas que manifiestan el anhelo de “una escapada”, “una secadora” o “perderse”.
Ningún comentario acerca de “tapar agujeros” o “arreglar el cuarto de baño” por ejemplo. La reflexión golpea de nuevo, propina otro codazo suave para hacernos pensar en la situación crítica que nos azota y que parece querer quedarse en los titulares de los telediarios y los periódicos, porque este dinero rápido es para ciertos menesteres. Parece que la cantidad ofrecida es un regalo, como si se tratara de un premio salido de la chistera de un mago, vamos, una cantidad que no tendría que ser devuelta, cuando la realidad es bien distinta, como es lógico.
Quienes han caído rendidos por los encantos de la escasez de la cuota mensual, desoyendo la voz de la razón tal vez por deseo o desesperación de vivir unos días disfrutando de otras cosas, de una forma diferente, concluyen en que nada se regala, que todo es abonable, incluso el aire que se respira. Esta Navidad será distinta, sí, muy “endeblita “, también. Muchas cosas se perderán por los recortes. Pero aunque la realidad aplaste como la losa de un camposanto, no podrá acabar con la ilusión. Por muy negro que esté todo, nunca dejemos de soñar. Es lo único que no se oferta. Tal vez porque no cuesta dinero.