Al igual que muchos de ustedes, tengo la costumbre de anotar aquello que por una u otra razón llama mi atención, a fin de hacer un ejercicio de reflexión que puede dar para una hablilla o algo más. Pues repasando estas notas me encontré con una referente al anuncio que titula el texto de hoy. Ambientado en un restaurante con aires minimalistas, reuniones poco numerosas y conversaciones distendidas, un camarero se dispone a retirar el servicio cuando le solicitan las sobras para llevar.
Resuelto aparece con un recipiente de papel y la frase transcrita tal como la recoge el título. Frase atribuida a Pau Gasol, quien además de dedicarse al deporte también practica lo de sorprender al respetable con salidas como ésta. Eso es lo que la publicidad pretendió en su momento, darle lo más parecido a una patente, una parida ingeniosa y actual que, bueno, la hemos oído “de toda la vida de Dios”. Socorrida frase que no lo era tanto, sino que venía dada por una realidad, por un principio que aprendimos en casa y luego nos repitieron en el colegio mientras duraba la preparación para la Comunión, hoy catequesis.
Recordemos que cuando andábamos desganados o no nos gustaba la comida que nos ponían por delante, con la visión del plato a la altura de la cabeza y temiendo que acabara por sombrero, nos chorreaban oralmente amenazando con el pecado mortal que cometeríamos si la comida que dejábamos no acababa en nuestro estómago. Claro que había de todo, estaba quien se moría de espanto pensando en morir aquella noche y despertar en el infierno y quien se lo echaba a la espalda negociando un cambio en la merienda o en la cena. Con miedo o sin él aprendimos el bien preciado que resulta ser no ya la comida, sino poder comer caliente o templado todos los días.
Esta salida de Pau Gasol dio la vuelta al mundo porque respondía a una campaña para ahorrar energía que muy poco tiene que ver con el contenido de este mensaje en concreto. De inmediato la mente reacciona. Con un punto de rebeldía nos preguntamos si realmente el espectador necesita que le den este consejo. Analizando un poco el contenido, el “nolotiro” forma parte de la tría propagandística ideada para la ocasión. Las otras eran usar la bicicleta en lugar del coche –muy trillada- y plantar macetas con verduras en un ático –a ver-, todo para que la vida fuera más “verde”.
Es entonces cuando este verdor se torna amoratado porque el espectador, cuya paciencia empieza a mermar, se vuelve un poco Mr. Scrooge al calcular por encima cuánto habrá costado el anuncio, este consejo en cuestión y si tal no ha sido un desperdicio abonado por la firma patrocinadora vestida de botella verde y cervecera. Ni en estos tiempos críticos ni con anterioridad se nos tienen que recordar ciertas cosas, ciertas cuestiones de principio porque son precisamente eso, principios que sostienen la personalidad, la forma de ser de los humanos.
Las fechas venideras son propicias para cocinar un poco más, a fin de prevenir los imprevistos y los compromisos y aun contando con ellos, seguro que las sobras han dado, en ocasiones anteriores, para dos o tres días. Y volviendo a la solicitud del jugador, si hace unos años a alguien se le hubiera ocurrido soltarla, seguro que sufre más de un abucheo, como el que recibió la señora que abandonó la compra sin abonar en un súper por negarse a pagar la bolsa. Ahora los panecillos que no se consumen en el restaurante acaban en el bolsillo y nadie rechista por pagar un continente plastificado y lacio. Las circunstancias mandan.