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Publicado: 19/01/2014
Los programas de cocina concluyen, con sorna, en que no nos engorda la comida sino el sofá.
En varias ocasiones estas hablillas se han referido a aquellos que se escriben bajo una noticia. Esta era digital ha facilitado este tipo de expresión aunque a menudo se confunde con la libertad de la misma. Dejando a un lado las acepciones de una definición, a veces el lector se tropieza con alguno realmente interesante, alguno que motiva a reflexionar. Estas hablillas pensadas para entretener, para aportar al día un pensamiento más pero distinto a la realidad habitual han motivado el escrito de algunos comentarios que han sido leídos y agradecidos respetuosamente, incluso los menos favorables. Sin embargo merecen la pena esos minutos que los ojos se pegan a la pantalla mientras ésta va subiendo a golpe de ratón porque a veces encontramos  renglones que hacemos nuestros porque quien los ha escrito no ha dudado en compartirlos.  Son como  fogonazos que iluminan y aclaran las ideas que luego conforman un texto. 

La semana pasada la hablilla trataba de la mujer real, la delgadez, la confusión y los daños que puede provocar en una mente vulnerable. Entre los comentarios que quedaron bajo la columna hubo uno que aludía a la obesidad. Cuando se habla de trastornos alimenticios se piensa en la anorexia y la bulimia, en la citada delgadez, quizás por ser lo más tratado en los medios de comunicación. Sin embargo no se mencionan los casos de obesidad, simplemente se dan a consejos para prevenirla, es decir, ejercicio y comida sana. Esta conclusión nos induce a pensar en que entra por la boca. En algunos casos sí, como ocurre con los comedores compulsivos o nocturnos, pero hay otros desórdenes que favorecen el desarrollo de sobrepeso y que podemos encontrar durante un paseo por Internet. Las estadísticas, los informes que leemos nos dejan con una sensación tan preocupante como la de la delgadez extrema, ya que tales desfases tienen fatales consecuencias. Llegados a este punto no son reveladores esos consejos citados anteriormente como si fuera la panacea, porque quien engorda no lo hace por el gusto de lucir carnes y resulta dudoso, por tanto, que alardee de mollas como aseguran algunos.

Los programas de cocina concluyen, con sorna, en que no nos engorda la comida sino el sofá y de inmediato surge la seriedad en estos cocineros y la referencia a la obesidad infantil. Y la de los adultos qué. La respuesta está, según estas mentes pensantes, brillantes ellas y de orondas panzas, en la ingesta de comida basura y el sedentarismo, o sea, que se pasan el día comiendo hamburguesas y no se levantan ni para acostarse y los niños moviendo los pulgarcitos. A continuación se alude al juego en la calle, al tópico del tráfico. Cierto que no se sale tanto como antes pero casi todos los niños practican fútbol, natación o judo, deportes muy solicitados a estas edades.

En cuanto a los mayores la acción de andar es hoy una actividad física porque las ciudades han crecido y las distancias son mayores. Hace años, salir a la compra varias veces al día era tan habitual que en lo único que se reparaba era en el desgaste de las tapas de los zapatos. Hoy caminar es una alternativa costosa tanto para el esfuerzo como para el bolsillo, por lo del chándal y las zapatillas, que ayuda a mantenerse pero esta actividad por sí sola –a ver si se enteran los del delantal blanco con gorro alto- no es el remedio para combatir la obesidad, padecimiento que encubre y soslaya paradójicamente la delgadez.

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