La gala de España

Publicado: 16/02/2014
Hemos vuelto a ver a actores repeinados, actrices haciendo equilibrios sobre tacones kilométricos luciendo, una vez más, diseños extranjeros.
En la edición de este año de los premios Goya se incluyó una conexión en directo dos horas antes de la cita. En los estudios, en riguroso directo, pasadas las ocho de la tarde por el partido de baloncesto, la incombustible y familiar chica rubita del “corazón” diario manoteaba más que nunca, no sabemos si por nerviosismo o para aportar espontaneidad y credibilidad a aquello que estaba más que preparado. Con todos los respetos, parecía estar dirigiendo el tráfico de los actores nominados por la alfombra roja mientras unos jóvenes dislocados corrían de un lado a otro para llevarlos a sus sitios. En cualquier caso, aunque todo se ensaye y se repase mil veces surgen imponderables que ponen a prueba la capacidad de reacción de los componentes del comité de organización.

Hemos vuelto a ver a actores repeinados, actrices haciendo equilibrios sobre  tacones kilométricos luciendo, una vez más, diseños extranjeros. Esta gala del cine, que debería ser “ la gala de España”, se ha convertido en un medio para atacar y censurar con encubrimiento reivindicativo al gobierno central, a la política actual. Todo esto está muy bien siempre que se haga desde el respeto y entre tanta crítica al ERE del refresco internacional, a “no permitir que decidan por mí” y a la ausencia del ministro Wert no se volvió la mirada a los diseñadores españoles ni se oyó ni una sola referencia a La Casa del Actor, una necesidad perentoria que se ha quedado estancada. Debe de ser porque son jóvenes, porque viven el momento de comerse el mundo y no se piensa en el futuro a largo plazo. Bien por los sueños pero esa ya noche pasó. Muchos se hicieron realidad, aunque los soñadores juraron que no esperaban abrazar la preciada estatuilla, sin embargo y a pesar de las lágrimas por la emoción no les tembló la voz en las dedicatorias, no hiparon ni salieron gallos al hacer sus particulares objeciones, incluso algunos sacaron el papel del bolsillo. Y eso que aseguraron al entrar que iban a divertirse. Ante tanta palabrería el espectador rescató aquella escena de la película “Imitación a la vida”, cuando Sandra Dee le dice a su madre, Lana Turner, que deje de actuar de una vez. Imagen actual por lo oportuna.

El desarrollo de la gala fue el de siempre, a la manera hollywoodense pero sin poder cruzar los Pirineos ni el Atlas y no precisamente por los números musicales, por esas caras largas con sonrisas lánguidas, por esas lecturas monocordes de los encomendados a abrir los sobres ganadores sino por la actitud forzada del presentador, que no debió haber abandonado “Tu cara me suena”. Ahí está que se sale pero lo del monólogo, lo de conducir una gala, pues, francamente no, porque aunque su dicción sea perfecta, aunque no se corte un pelo, aunque señale sin ruborizarse, el papel de maestro de ceremonias le viene bastante grande. La razón es simple, ha querido crear un personaje y eso sólo puede hacerlo un actor y él es presentador –como dice Wikipedia- algo carota, es cierto, actitud con la que se ha ganado al público, pero de ahí a atreverse con un monólogo roza la osadía. Su actuación ha sido muy comentada, basta un paseo por la Web para leer opiniones coincidentes todas ellas en lo anotado anteriormente. A lo mejor es de los que piensa que puede hacer lo que se proponga, que no hay nada difícil, que sólo hay que trabajar un poco, que si ése puede hacerlo yo también. En fin.  Como en años anteriores, la radio, la palabra, fue más fiel, clara y emotiva. Sin punto de comparación.

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