El nombre, nuestro nombre propio, es el que nos identifica y diferencia de los demás. Si nos permitimos tomarlo como una palabra de forma particular y circunstancial es la que más significados pueda tener, porque aunque haya miles de seres que lo compartan todos son diferentes. Hubo un tiempo en que el nombre era tan respetado que conllevaba la obligatoriedad de la tradición recayendo en los nuevos miembros que iban aumentando las familias.
Después la modernidad y la originalidad con un toque de valentía se justificaron con el gusto personal, influidos directamente por las series televisivas. Más de un padre se las tuvo que ver con el administrativo del Registro Civil y el sacerdote a la hora del bautizo. Hoy parece que se aprecia una vuelta a lo tradicional, como todo cierre del ciclo o de una etapa, pues oímos y leemos con especial ternura Manuela, Juana y Diego, entre otros que parecían si no perdidos sí olvidados. Sin embargo hubo un tiempo en que los nombres tuvieron relación directa con la naturaleza, nombres que distinguieron –y de qué manera- particularmente a las niñas, porque fueron ellas las que sufrieron o disfrutaron las consecuencias de llevarlo para toda la vida.
Así surgieron Águila, Montaña, Jacarandá, Adelfa pero también Himera –que por otra parte es una mariposa preciosa- y Tamara. La primera elección conocida de éste último la hizo Pepa Flores –inolvidable e irremediable Marisol-, luego fue Isabel Preysler –insustituible reina de corazones- y entre ellas un aluvión de conocidas cuya fama no traspasaba la localidad. A las dos les une que el nombre lo llevan sus segundas hijas, frutos de segundas uniones. Sin embargo las separa el protagonismo, que para la primera no existe y para la segunda resulta vital, pues es su medio de vida.
Su madre creó escuela pero no tiene sucesora en este su trabajo, porque es único y exclusivamente suyo. Su hija mayor comenzó pero tras muchos intentos acabó por claudicar. Ahora Tamara es quien anda por la labor, afanada en ocupar páginas semana tras semana. Después del estrepitoso fracaso del reality no le queda otra opción que la que citaremos. Si nos decidimos a repasar sus treinta y dos años de vida encontramos etapas en las que prima su inmadurez con cantidades de seis cifras, se decía y dice. Pero ahora afirma que ha encontrado la paz, el sentido a su razón de ser en la religión y con una expresión rayana en el éxtasis místico afirma que ha encontrado a Jesús mientras se agarra al rosario, declarando que todo surgió cuando entró con su padre en una librería y vio un libro muy bonito. Al interesarse por él le dijeron que era la Biblia, quedándose prendada porque no lo había visto nunca.
Entonces nos preguntamos qué le enseñaron cuando hizo la Primera Comunión, si conocerá los mandamientos, los sacramentos, las bienaventuranzas o incluso si habrá sido ahora cuando ha aprendido a rezar. Mientras que el lector no necesariamente creyente sacude la cabeza tristemente por la falta de respeto, ella acopia ceros a la derecha de cifras concretas ordeñando la ubre que le toca más cerca, pues de las fotos con religiosas durante los ejercicios espirituales ha pasado ofrecer charlas en seminarios y universidades.
Concluimos preguntándonos si será producto de un estado de febril, si ella misma es consciente de lo que está haciendo. Probablemente lo ignore. Y así seguirá mientras viva de la fama con cifras. Como otros pero con la distinción que le otorga su nombre. ¿Conocerá su significado?