Un ramito de violetas

Publicado: 06/04/2014
El texto de hoy se escribió tras el acto de la exaltación de la mantilla que acogió y se desarrolló el Real Teatro de las Cortes.
El título nos liga a una canción tierna, romántica y triste que tenía a la más humilde y modesta de las flores como protagonista. Cecilia, con su voz tan peculiar y expresiva como su rostro nos regalaba una historia de amor recordada año tras año con estas flores tan pequeñas y discretas como el aroma dulce que las identifica. Su color, azul intenso, está íntimamente ligado a la tristeza, quizás por la época en que florece, poco antes de la primavera, coincidiendo con la Semana Santa. No obstante es una flor  que a pesar de su tamaño goza de una singular belleza. Pudimos ver una personificación de ella en una película de Disney, divertidísima por cierto, titulada “El abuelo está loco”.

Pero ese no es el tema que sugiere el título de hoy sino el ramito de violetas o la violeta como adorno. Pensará, paciente lector, que se trata de un intento, sólo un intento, porque su vida, tras ser cortada, dura dos o tres horas. Ciertamente y en estos días aún menos por ser cultivadas al amparo del invernadero. Si por el contrario han florecido en jardines o macetas, no necesitan más que aire y el agua de la lluvia porque aunque el calor del verano las sofoque el frío del invierno las despierta en forma de capullos que se abren a primeros de marzo más o menos. La historia nos refiere su preferencia por parte de algunas mujeres relevantes que adornaron todos sus vestidos con ellas. Y es que las flores, en general, no sólo aportan color y olor al atuendo sino también distinción.

El texto de hoy se escribió tras el acto de la exaltación de la mantilla que acogió y se desarrolló el Real Teatro de las Cortes, acto que congregó a casi un centenar de señoras tocadas para la ocasión con esta prenda tan española. Sobran los cumplidos, claro que sí, porque todas ellas estaban orgullosas y alegres por llevarla con la solemnidad del momento. Dña. María Jesús Rodríguez Barberá la exaltó desde el recuerdo, con un paseo por la historia, uniendo ambas partes con seguidillas, soleares y sonetos. Los saeteros y la banda del Nazareno amenizaron sus palabras. Al final todas subieron al escenario para inmortalizar el momento un año más.

Sus vestidos negros tenían el punto de color que les dieron los claveles rojos. Otros brillaron un poco más por los broches. Tan sólo una solapa apareció  adornada con un ramito de violetas, cuyos pétalos acusaban el cansancio en las arrugas incipientes ligeramente oscurecidas, como si se hubieran mojado. Cuando la algarabía era un eco lejano que recorría la calle, cuando del teatro ya escapaba la magia al retirar el atrezzo, sobre el escenario se desmayaba el ramito de violetas. A pesar de su palidez resaltaba sobre el entarimado oscuro. El hilo que lo ataba se había aflojado al languidecer los tallos y sus pétalos, casi cerrados sobre sí mismos, anunciaban su muerte inminente. Sólo los estambres parecían mirar con asombro desde su amarilla viveza. Una mano anónima cogió el ramito pensando en su hermosura, en la gracia que dio a aquella solapa y aunque blando, enredado y agonizante el ramito aún conservaba ese brillo que no muere, el del recuerdo. La mano lo habrá enterado en una maceta, con la mirada esperanzada y puesta en esta primavera que principia, a ver si estos chaparrones logran el milagro. Tal vez este año no, pero el próximo, quién sabe. Porque las violetas no mueren. Como no mueren la modestia y la humildad.

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