Dicen que quien no estrena no tiene manos. Este refrán aún resuena por aquí y más en los próximos días que discurrirán entre el descanso, el paseo y el reencuentro y también entre el recogimiento, la oración y la penitencia. Así deberían de ser, sin embargo esta semana que hoy comienza actualmente tiene más de fiesta de primavera que de espiritualidad, dicho esto con todo respeto.
No se trata de censurar, de criticar o cuestionar una opción cuya decisión final podría disimularse con la devoción o el compromiso, ni mucho menos. Lo cierto es que el buen tiempo que va caldeando el ambiente motiva las ganas de viajar y conocer lugares donde los desfiles procesionales constituyen uno de sus atractivos. Hay pueblos en la vieja Castilla que son todo un reclamo para los turistas y más de un turista ha contado el susto monumental que se llevó de vuelta a sus país de origen cuando vio a aquellos “seres sin cara alumbrados con la pobre luz del cirio que portaba”, con la consiguiente risotada del respetable que lo escuchaba.
Lo cierto es que el antifaz puntiagudo, la túnica larga y la nocturnidad producen un efecto devastador en la primera impresión de un espectador, tanto si es infante como adulto. Si a esta experiencia le añadimos el refrán, el inmortal refrán que como coletilla acompaña al día de hoy no imaginamos la mejor manera de hacerlo comprensible. Porque, claro, el extranjero lo entendería desde la más lógica y absoluta literalidad porque nosotros no podríamos adaptarlo a su idioma, no sabríamos aportar a sus palabras el sentido figurado de las nuestras, por muy bien que lo haya hecho Guy Williams, uno de los profesores de inglés de Vaughan Systems, que admite haber aprendido más del refranero que de los libros de gramática. De todas formas en su libro no incluye el que tratamos. Imagínese, perplejo lector, cómo se le habrá explicado a él lo de carecer de las manos el primer día de esta semana con adornos circunstanciales. Esta sería una lectura. Otra: qué significado tendría “estrenar” si no se trata de una obra de teatro o una película.
Obviamente debería de incluir una coletilla que aludiera a “la primera vez”. Y la última, la más importante: descartar cualquier connotación relativa a la pérdida de los extremos inferiores de los antebrazos, necesarios, irremplazables e insustituibles. Recordemos que la explicación de nuestro particular refrán alude a que esta semana de luto riguroso nos lleva al final de la Cuaresma, que discurre entre el final del invierno y el comienzo de la primavera, unos días que desde hace mucho coinciden con los desfiles procesionales que se esperan a pie de acera y con lo mejor y más nuevo del armario. Por lo tanto la referencia a no estrenar y no tener manos está ligada al trabajo. Habría que preguntarle a Williams en qué estado anímico quedó su interlocutor, su intérprete, tras esta explicación. Seguro que extenuado y con sed devoradora.
Eludiríamos lo que usted está pensando, es decir, si lo entendió o aún anda dándole vueltas. Con este misterio, -extraordinario por lo simple- nos disponemos a vivir nuestra Semana Santa con la tranquilidad y la sensación de haber sobrevivido un año más al estado crítico que se empeñan en negar y negándonos a leer todos los renglones que cargados de rabia y envidia llenan las casillas de los foros de los periódicos.
Que usted la disfrute, amigo.