A veces en el buzón de entrada del correo electrónico encontramos presentaciones que nos hacen reflexionar. Las imágenes y la música son una caricia para el espíritu tras haber leído la frase que aparece sobreimpresa con el tránsito elegido, que sorprende por lento que sea. Y ocurre que nos llevamos una de esas imágenes para toda la jornada porque nos cautiva, nos emociona o nos esclarece esa senda algo confusa por la que a veces andamos. Entonces reparamos en la casualidad, en la forma que adopta para surgir ante nosotros, para recordarnos que existe, para que la asumamos y vivamos teniéndola presente, contando con ella.
Hace unos días llegó una de estas presentaciones a mi buzón con un mensaje algo sobrecogedor. En ella aparecían rostros famosos y jóvenes, fotografías que se ocultaban tras otras que mostraban su aspecto actual con cuarenta años de diferencia. La inmortal canción “As time goes by” de la inolvidable película “Casablanca” acompañaba las caras de Brigitte Bardot, Sofía Loren, Mickey Rooney, Sean Connery, Liz Taylor, Lauren Bacall y Kirk Douglas entre otras igualmente interesantes que guardaban o retenían, como reza en el refrán, el encanto de la experiencia en cada una de las arrugas que orlaban las bocas o enmarcaban los ojos, ojos por los que aún chispeaba el latido del atardecer que aún les quedaba por pasar antes de llegar al ocaso infinito, inexorable y oscuro del olvido.
Algunos de ellos no están entre nosotros pero las fotografías han inmortalizado sus caras y con ellas nos quedamos, adivinando las ganas de vivir o cómo estaban viviendo la etapa en que fueron captadas sus miradas, cómo nos enredaron sus sonrisas, cómo nos envolvieron con su luz y cómo esa luz deslumbrante se volvió histórica, nostálgica, con un punto de elegía endulzada por los sueños que el cine encendió.
Son fotografías que muestran la pena alegre de los años pasados, vividos intensamente para llenarnos de recuerdos con olor a líquido de revelado fotográfico y a cuarto oscuro, rostros que muestran la edad con naturalidad. Da gusto comprobar que algunos no se han visto atacados por el bisturí –Claudia Cardinale o Alain Delon, por ejemplo- y que a otros solo les rozó lo justo y necesario. Y si ello transmite satisfacción mucha más transmite la apreciación de la diferencia clara y contundente entre la ancianidad y la vejez.
Son rostros que reflejan un camino recorrido y una cosecha que se empieza a recoger en esta etapa conformada por los decenios cumplidos. La forma de disfrutarla es personal y el enriquecimiento intelectual es fundamental para seguir creciendo, seguir cumpliendo años pero sin envejecer. Se trata de vivir esta tiempo con la serenidad que otorga la experiencia, saboreando los momentos pasados, rescatando imágenes reflexionando sobre ellas, convirtiéndolas en palabras, agilizando la mente para entender una realidad que se renueva todos los días.
La presentación termina con un propósito esperanzador y moralizante, sin embargo en mi pupila queda el brillo que he percibido en las de los rostros que hasta hace unos segundos me miraban y concluyo en que el paso de los años nos lleva a envejecer con dignidad, frase hecha a la que añado la alegría no sólo por haber vivido sino por seguir viviendo.