Veintiséis segundos

Publicado: 04/01/2015
Son los anuncios los que captan nuestra atención, por su contundencia apoyada en la brevedad del mensaje que envían.
Es esta la época en la que el espumillón de colores y la bola de hojalata fina  reviven con fuerza al oír las primeras percusiones cascabeleras, los golpes suaves de pandereta y las fricciones a la piel de la zambomba que introducen el villancico televisivo por excelencia que desde los años setenta no ha dejado de sonar. Las voces blancas, el coro, era el telonero de las muñecas más famosas de entonces, las andadoras o andarinas, que se dirigían “al portal para hacer llegar al Niño su cariño y su amistad”, una cancioncilla por la que no han pasado los años y aunque las imágenes del anuncio han evolucionado es ahora cuando se ha vuelto la vista atrás para rescatar el primitivo y apreciar el encanto, la belleza de la filmación en blanco y negro.

Entonces no apreciábamos el andar robótico de la muñeca porque lo único que importaba era cambiar la pila para que no dejara de moverse. Los efectos especiales y hasta cierto punto engañosos de aquel mini filme aún estaban por llegar. Por eso resulta más gratificante que nostálgico volver a ver aquel anuncio tal cual para darnos cuenta que hay cosas que no pueden cambiar porque los cambios no pueden con ellas. Si rebuscamos por la Web encontraremos las distintas versiones del mismo y comprobaremos que la música, como la esencia, permanece. Y resulta curiosa, racional y lógica, porque es como el carnet de identidad. Sin ella, el anuncio sería uno más de la marca Famosa pero no el de las muñecas.

Verlo es como viajar en el tiempo, retroceder más cuarenta años para rescatar el regimiento de soldados pachuchos que tomaba Okal, reflexionar con las cuñas moralizantes tituladas “piense en los demás” que nos hacían recapacitar sobre nuestro comportamiento, cantar con la familia “Telerín” mientras traducíamos el mensaje de Cleo, saborear el “ColaCao” imaginando cómo sería aquel negrito del África Tropical, reírnos con la recomendación de un cliente asustado ante la tos persistente del barbero que lo afeitaba, en fin, miles de recuerdos que despiertan con este singular villancico que nos ha acompañado en el viaje de nuestra vida.

Estos días en que el nuevo año empieza su carrera imparable de doce meses y ocho mil setecientas sesenta horas, invitan a recapitular, a hacer propósitos y promesas pero sin perder de vista los recuerdos. En el caso que nos ocupa, son los anuncios los que captan nuestra atención, por su contundencia apoyada en la brevedad del mensaje que envían y que esconden las palabras que lo componen. Veintiséis son los segundos que han bastado para que las Muñecas de Famosa sean parte no ya de la vida, sino de nosotros mismos porque hemos crecido con ellas.

También son de nuestros padres porque compraron la tele, de nuestros abuelos porque se maravillaron al ver a la muñeca andando y de nuestros hijos por la ocurrencia de la broma robótica. Si seguimos con esta retrospección nostálgica no podemos obviar a los niños del coro, qué habrá sido de ellos, si se habrán visto, cómo se habrán visto y qué habrán sentido. Quizás no hayan reparado en todo esto porque la filmación la vivieron como un juego con focos y música, un juego de un día que se vio reducido a veintiséis segundos. Los más largos de la historia de la televisión.

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