Título de canción de guateque, de bailes en pareja y besos disimulados. Cuántos recuerdos evocan estas dos palabras íntimamente ligadas al rey de rock, al inmortal Elvis Presley que la rescató en 1956. La canción nació veintidós años antes, pero no fue mundialmente conocida hasta formar parte de la banda sonora de Manhattan Melodrama, con Clark Gable y Myrna Loy. Luego fue versionada por Mel Tormé y Frank Sinatra entre un sinfín de cantantes, culpables de que se tararee inevitablemente en esos momentos tan especiales, porque forma parte de nuestra vida. Estos datos y muchos más los encontramos golpeando una tecla, sin embargo desde los primeros compases resulta irresistiblemente dulce y conmovedora. Cuando Rodgers y Hart la compusieron se ilusionarían pensando en la popularidad, en que fuera conocida un poco más que las que sonaban en su época. Nunca imaginaron que sería cantada, sentida y querida por las generaciones venideras haciéndola inmortal.
La canción que habla de una luna llena tan triste como quien la contempla por estar solo, se vuelve de oro, la ve dorada, cuando ya no lo está. Luna cuyo blanco reflejo se vuelve azulado por el cielo despejado sobre el que brilla. Inspiradora y miserablemente bella, la luna llena sugiere imágenes, cuentos y poemas. Esta noche aún apreciaremos su silencio, su lento caminar hacia la nueva madrugada. Irá empequeñeciendo pero brillará con más intensidad azuleando las almenas, dejando lentejuelas blancas en el caño, en las piezas del estero, en la tierra mojada, en el mar solo, que se arruga y se estremece al verla tan alto, como el dolor. Luna llena que parece hundirse en un abismo alto, en la nada alta que la aleja y que la acerca a la nueva claridad, la que que la adormece, la acuesta, la arropa y la esconde como lo más preciado.
Este mes de agosto no la disfrutaremos doblemente como en julio pero será igualmente bella, una luna que tiene algo que ver con la canción, con el color azul que adopta, aunque más bien se acerca al gris. La tradición encuentra una rendija por la que colarse para rescatar un cuento tan hermoso como poco conocido, apropiado para ser recordado en noches como la de hoy domingo.
Un anciano peregrino se encontró con un mono, un zorro y una liebre. Cansado y hambriento les pidió comida. El mono le trajo frutas, el zorro cazó un ave y la liebre volvió sin nada. Al ver al anciano tan triste cogió unas ramas y hojas secas, encendió una hoguera y se lanzó al interior para ofrecerse como alimento. El peregrino, conmovido por aquel sacrificio se reveló como Brahama y no permitió que el fuego ni siquiera chamuscara al animal. Y deseó que todos los pueblos del mundo supieran de su virtud. Para ello creció tanto que deshizo la cumbre de una montaña y con lo que le quedó en la mano pintó la figura de la liebre en la cara de luna que aparecía en ese momento por el horizonte.
Esta noche su luz será más interesante y alegre, las estrellas temblarán emocionadas cuando las luces se apaguen y las palabras de este cuento enciendan la imaginación.
Blue moon, you saw me standing alone, without a dream in my heart, without a love of my own.