Una de fotos

Publicado: 26/10/2015
Resulta difícil mantener la privacidad porque la propia inmediatez la hace vulnerable.
Dónde están los negativos que, como tirabuzones y empujados por el aire se arrastraban por el suelo hasta ovillarse en un rincón. No hace mucho de esto, pero qué lejana parece la acción de llevar el carrete en su depósito para revelarlo. Tras varios días de espera, se recogían las copias donde quedaban inmortalizados gráficamente los momentos que contaban su propia historia recogida en un instante. Constituyó una verdadera revolución cuando más tarde la espera se redujo a un solo día y casi un milagro tenerlas en la mano al cabo de una hora.

Eran tiempos de fotografías en papel, las que no se perderán, como bien concluyó D. Diego Moreno en la conferencia conmemorativa de su invención. Actualmente hay una especial predilección por este arte debido a la inmediatez. Basándonos en este principio, una imagen da la vuelta al mundo en un par de segundos y esto hace que en casos especialmente difíciles prime la instantánea en vez del socorro, por ejemplo. Pero tomemos la fotografía en sí, el hecho de hacerla y compartirla en un chat o en las redes sociales. Cuando se trata de un grupo de amigos o conocidos resulta curioso y entretenido contemplarlas. Es como estar ante un álbum y pasar las hojas. En el caso de los famosos, de las “celebrities” la cosa se descuadra, se sale un poco de madre, como se dice por aquí.

Todo empezó en una boda. La pareja vendió la exclusiva a una revista muy conocida, pero uno de los invitados colgó rápidamente las fotos que les hizo en su espacio virtual, con la consiguiente indignación de los novios, ya que vieron volar la suculenta y pactada cantidad de seis cifras, cantidad que por otra parte nunca se supo si llegó a hacerse efectiva. Desde entonces hasta ahora hay redes sociales dedicadas sólo a fotografías y aquí es donde viene el descuadre, el lío en cuanto a la protección a los menores. Hace años que no se les ven las caritas tanto en las revistas como en la televisión. En su lugar hay un borrón hecho de píxeles que impide incluso imaginarlas, sin embargo sus padres no dudan en mostrarlas en sus cuentas de Instagram, Pinteres, Pintagram o Tadaa, ésta última para los más sofisticados.

Tanto como se habla de los desalmados que se dedican a navegar por Internet para satisfacer sus enfermizos pensamientos, no es muy lógico que estos famosos se nieguen a que sus hijos aparezcan en una revista de kiosko que previamente hay que comprar y sean estos papás quienes cuelguen en sus cuentas las fotos que ellos mismos les hacen, cuentas que se abren con la dirección que aparece publicada en la revista que les pixela la carita, imágenes que se copian y pegan en archivos personales a golpe de clic.

Es como una pescadilla que se muerde la cola. Es difícil de entender aunque la razón de ese borrón se fundara en la invasión de la privacidad, que en este caso no está limitada a un entorno de amigos o muy amigos, porque cualquier usuario de la red social compartida tiene acceso al reportaje si en el buscador teclea el enlace que aparece sobre ella. Ahora bien, puede que el asunto gire hacia el reclamo publicitario, lo cual indicaría una clara intención a vivir de la imagen.

Así las cosas, resulta difícil mantener la privacidad porque la propia inmediatez la hace vulnerable. La pregunta es si merece la pena el precio a pagar. La respuesta le corresponde a usted, apreciado lector.

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